Educación y empresa participativa (Paulina Etxebarria)

02/09/2019

El Parlamento Vasco aprobó por unanimidad (Sept. 2018) una proposición no de ley en la que insta a todas las instituciones vascas a que promuevan un modelo inclusivo-participativo de empresa. De acuerdo con este llamamiento, que apela también a la Universidad, voy a referirme a la educación como uno de los factores más influyentes, si no el que más, para avanzar en el desarrollo de la democracia participativa en la empresa.

El sistema capitalista se basa en tres instituciones principales: la propiedad privada, los mercados y la empresa. Cuando uno o varios individuos propietarios de bienes de capital acuden, de manera voluntaria, al mercado para intercambiar los bienes y servicios que hayan producido, todavía no está completa la estructura que define el sistema capitalista. Estas instituciones ya existían cuando las familias-productoras acudían a los mercados para intercambiar sus productos. Es precisamente la institución de la empresa la que determina el sistema capitalista actual.

Estas tres instituciones se pueden combinar entre sí de formas muy diferentes condicionadas por las políticas y regulaciones de los gobiernos en relación con el respeto a la propiedad privada, los incentivos a trabajar, el grado de competencia o concentración de las empresas y mercados, la corrupción o la relación empresa-sector público, entre otras variables.

Desde la revolución industrial la combinación dominante de estas instituciones ha logrado desarrollar exponencialmente la producción y los mercados, así como promover la competencia, la libertad personal y el avance científico. Pero el éxito de esta “empresa-empresario” capitalista ha sido, al mismo tiempo, un foco permanente de conflictos. Su estatuto jurídico original, preocupado por la especialización y división del trabajo con el fin de liberar las capacidades y energía personal de los ciudadanos, atribuye en exclusiva la totalidad del poder y de los resultados, buenos y malos, al empresario. Esto ha hecho que su historia de éxito económico y tecnológico esté ensombrecida por una permanente batalla para evitar abusos y, en definitiva, para equilibrar las rentas del capital y las de los trabajadores.

Se han ensayado métodos para corregir este desequilibrio en el núcleo mismo de las relaciones internas de la empresa. Entre estos ensayos destacan las experiencias de cogestión alemanas y las empresas Cooperativas de las que tenemos ejemplos en Euskadi y entre las que destaca por su importancia económica y social el Grupo Cooperativo de Mondragón.

Cuando se analiza el éxito de este modelo cooperativo en Euskadi es frecuente señalar determinadas características tradicionales de la población e instituciones vascas. Y sin duda el factor identitario cultural e institucional merece una mayor investigación. Pero lo que es un hecho cierto es que encontramos que este éxito cooperativo está cimentado en un extraordinario impulso educativo que, bajo el liderazgo de D. José Mª Arizmendiarrieta, logró desarrollar un sobresaliente Centro de Formación Profesional, hoy culminado en Universidad. Este anclaje básico de la actividad empresarial en la enseñanza es el que ha conseguido preparar a generaciones enteras de futuros cooperativistas formándoles en las más avanzadas tecnologías y prácticas industriales pero también, y no menos decisivo, en los valores humanísticos del respeto mutuo, la solidaridad y la cooperación.

A pesar de estos ejemplos, es también razonable pensar que no todas las familias o trabajadores deseen juntar su trabajo y sus ahorros arriesgándolos “en el mismo barco”. Y por ello el Parlamento Vasco sigue insistiendo en avanzar hacia un modelo más inclusivo-participativo en todas nuestras empresas. Un modelo con mayor democracia interna y mayor participación de los trabajadores en la gestión y en los resultados.

¿Será posible una mayor democratización de la empresa conjugando de manera acordada, pacífica y eficiente los intereses inevitablemente divergentes del capital (los rendimientos del ahorrador) y del trabajo (el salario del trabajador)? ¿Y quién se hará cargo de las pérdidas cuando la empresa fracase o sea sobrepasada por la competencia?

La contestación debemos buscarla en la experiencia histórica la cual deja claro que la posibilidad de avanzar en la democratización de la empresa depende de los comportamientos humanos y que estos, a su vez, dependen de la educación de empresarios y trabajadores, de su capacidad para escuchar y comprender, de su actitud para aceptar los hechos y no solamente los intereses o las ideologías y, finalmente, de sus cualidades humanas para llegar a compromisos.

Todo ello exige un alto nivel de formación personal y también de confianza mutua. Pero en Euskadi la Encuesta sobre Capital Social elaborada por Eustat en 2017 muestra todavía un bajo nivel de confianza en las instituciones (4,8 sobre 10) y también respecto a los empresarios (4,9). Estos datos indican un nivel más de un tercio inferior a la media de los países centrales y nórdicos europeos.

La conclusión parece clara. Si se quiere avanzar hacia un equilibrio eficiente entre los intereses de empresarios y de trabajadores es preciso mejorar la educación y, especialmente, reforzar la educación de los más desfavorecidos eliminando la dependencia de las oportunidades educativas del estatus socio-económico de los padres. Si no se logra superar las desigualdades en la educación profesional y humana de todos los jóvenes, tampoco se superarán nunca el resentimiento y la desconfianza y seguiremos estancados en la expresión de buenos deseos pero con la práctica de recetas estériles de confrontación política, social y empresarial.

La unanimidad conseguida en el Parlamento Vasco para recomendar a las empresas que lleguen a acuerdos internos más participativos es un estímulo muy importante. Y también sería un buen ejemplo que los representantes y servidores públicos mostraran capacidad para resolver diferencias y llegar a acuerdos. El primer paso sería que se logre un compromiso unánime en el propio Parlamento que priorice de forma clara, estable y firme una educación adaptada al siglo XXI y a los empleos y estructuras organizativas del futuro.

*Doctor en Economía