Lo público, lo privado, lo social y lo compartido (Guillermo Dorronsoro)

19/06/2017

Venimos de un modelo de organización económica y social que ha funcionado razonablemente bien, repartiendo las tareas.  Cada uno a lo suyo.

Se entendía que el sector privado (empresas) tenía el papel fundamental de crear riqueza.  (Algunos incluso sostienen que el fin exclusivo de la empresa es que sus accionistas ganen dinero).  Esa riqueza creada volvía a la sociedad básicamente de dos maneras: a través de los impuestos que pagaban las empresas y a través del empleo que creaban.

Con esos impuestos y los de los ciudadanos, el sector público se ocupaba de completar la tarea de redistribuir la riqueza, administrando con eficacia y equidad derechos esenciales de los ciudadanos (educación, salud, pensiones…).  Podía también crear mejores condiciones para que las empresas y el conjunto de la economía funcionase mejor, compensando un funcionamiento cíclico que es característico del modelo y ayudando a las empresas que lo necesitasen.  Políticas monetarias, fiscales, financieras, sectoriales, de I+D… El mundo de las subvenciones.

Donde no llegaba el sector privado ni el público, la sociedad civil se articulaba en forma de organizaciones no gubernamentales (ONGs), asociaciones sin ánimo de lucro y fundaciones de diverso tipo.  Lo hemos llamado el Tercer Sector (o también Economía Social, aunque ese nombre sugiera que los dos anteriores no lo son…). En parte estas instituciones se financiaban por aportaciones de personas individuales o empresas, aunque también aprendieron el camino de las subvenciones públicas.

Y digo que venimos de este modelo, utilizando el tiempo pasado, porque esta división últimamente está haciendo aguas por varios sitios, que van llenando de agua fría y salada la sentina del barco que nos lleva.  La demografía está convirtiendo el problema de sostener los derechos esenciales en un sudoku imposible. Y la globalización nos está enseñando que la economía de los países desarrollados puede crecer a ratos, pero a un ritmo inferior al que estábamos acostumbrados.  No salen las cuentas…

No deberíamos extrañarnos, porque es algo que ha sucedido en la historia de forma rutinaria.  Los modelos funcionan bien durante décadas o incluso siglos, pero llega un momento que necesitan ser repensados.  Ha pasado antes y lo normal es que vuelva a pasar.

Al llegar a este punto, los defensores de lo privado, lo público y de la iniciativa de la sociedad civil se habrán llevado las manos a la cabeza.  Pensarán “lo que hace falta es que cada uno haga bien su trabajo y dejarse de monsergas sobre cambios de época.  Este modelo tiene sus ventajas y sus inconvenientes (como cualquier modelo), pero no conocemos ninguno que funcione mejor…”

De hecho, son posibles varias recetas para achicar la sentina y parchear las vías de agua.  Por ejemplo, que las empresas o los ciudadanos paguemos más impuestos (por citar una idea loca, acabando con los paraísos fiscales de una vez). O que las administraciones públicas sean capaces de dar los mismos o más servicios con menos estructura y más eficacia (otra idea descabellada, acometiendo una reforma en profundidad de la función pública).  O que las ONGs se olviden de las subvenciones y vivan de donaciones privadas y de voluntariado. Todas recetas sencillas ¿verdad?

Otros asuntos, como evitar la precarización del empleo (especialmente entre los jóvenes) o la sostenibilidad del sistema de pensiones, probablemente requieran de un esfuerzo conjunto de todos los sectores.  Son problemas complejos, que se resisten incluso a recetas sencillas como las anteriores que he citado.

La cuestión fundamental es de dónde surgirán los liderazgos que afronten estos cambios necesarios.  Ajustes que no serán fáciles y que exigirán esfuerzos de cada una de las partes.  Esto de pedir esfuerzos a los propios siempre ha sido un deporte de riesgo (sobre todo cuando es mucho más sencillo pedir ese esfuerzo a los ajenos).

Se abren dos caminos a la sociedad.  El primero es un camino de progresivo enfrentamiento entre los sectores, cada uno de ellos enrocado en sus posiciones defensivas.  Con poca autocrítica pero con muchas ideas sobre todas las cosas que están haciendo mal los demás.  Un camino de reproches, descalificaciones y desconfianza.  Lo público cerrando filas con lo público, lo privado con lo privado, lo social con lo social.  Cada uno en su trinchera…

El segundo es un camino en el que cada sector aborda sus propias reformas, con energía, con decisión, sin excusas. Y acerca sus posiciones a los otros sectores con el objetivo de responder a los problemas reales de la sociedad trabajando juntos, con lealtad.  Cada uno centrado en lo suyo, pero siendo capaces cuando es necesario de saltar esas fronteras para encontrar soluciones más imaginativas, que consuman menos recursos, más eficaces.

Lo que compartimos todos los sectores, es la sociedad.  En realidad, ese era nuestro único objetivo cuando decidimos organizarnos de esta manera, que la sociedad funcionase mejor.

Es evidente cuál de los dos caminos es el que responde mejor a ese objetivo.  Sería bueno que el conjunto de la sociedad se movilizase para que los tres sectores empiecen a recorrerlo.  No tengo claro que ahora estemos yendo por ese camino (al menos con el ritmo que sería necesario…)

Es preciso más esfuerzo, más compromiso y más generosidad.  Son tiempos de salir de la trinchera, de compartir nuevos caminos.

Guillermo Dorronsoro
Decano de Deusto Business School