Construyendo la casa común (Sabin Azúa. El Economista)

03/05/2021

Construyendo la casa común.

Sabin Azua. Presidente de EUSMEX y Socio de B+I Strategy.

No nos cansaremos nunca de hacer reflexiones sobre los cambios que nos trae la pandemia en todos los aspectos de la vida.  Todo nuestro universo de actuación se ha trastocado sin tiempo para asimilar bien sus consecuencias.  La necesidad de adaptarnos a un entorno cambiante, impredecible y agobiante es una tarea diaria que se nos impone.

Siempre hemos considerado que uno de los elementos fundamentales para lograr la competitividad y sostenibilidad de los proyectos empresariales es reforzar los mecanismos de pertenencia de las personas con el proyecto común de la organización.  La pandemia ha retado claramente nuestra capacidad para favorecer dinámicas en este sentido.

Para lograr este objetivo, llevamos años intentando generar nuevos mecanismos que tiendan a promover la vivencia de valores compartidos, los métodos que favorecen la participación de las personas en los procesos de generación de iniciativas, intercambio de experiencias, promoción de espacios adecuadas para el desarrollo de las relaciones personales, etc., entendiendo que son procesos e instrumentos que fortalecen la construcción de la casa común.

Me vienen a la cabeza la enorme cantidad de horas que he dedicado en mi carrera profesional a promover estos comportamientos y dinámicas.  Pero de pronto, nos llegó el “bicho” que alteró sustancialmente nuestros mecanismos de vida, nos replegó a nuestras casas y nos impuso una forma de trabajar donde lo colectivo, lo presencial, las “charlas de pasillos y cafeteras”, se vieron sustituidas por conversaciones a través del plasma en Zoom, Teams o cualquier otra plataforma de encuentro.

Hemos tenido que reinventarnos. Los mecanismos de cohesión de los equipos se complican por la dificultad de compartir, de forma más humana, el trabajo. Es evidente que el teletrabajo tiene muchas ventajas que añadir a la gestión empresarial, pero un exceso en su uso confiere dificultades añadidas a la difícil tarea de hacer partícipes a los miembros de la organización en el diseño y vivencia del proyecto.

Cambia la forma de ejercer el liderazgo que pierde alguna de sus armas fundamentales: la cercanía, la escucha activa y la motivación in situ y al momento. La comunicación, verbal y física, adquiere nuevas perspectivas a las que no estamos acostumbrados.  Se produce una fuerte planificación de los encuentros que se desarrollan con una mayor frialdad.  Necesitamos aprender a movernos en estos nuevos escenarios sí queremos consolidar la casa que construimos entre todos y todas.

Esta situación nos ha generado un problema adicional.  Las personas que se han incorporado a las organizaciones no han tenido la ocasión de integrarse en los equipos, convivir con los valores y vivencias y, por tanto, hemos perdido un año en su período de identificación con la empresa, por lo que resulta más complicado su retención, formación y mentorización, hecho especialmente relevante en el caso de los profesionales más jóvenes que están en las fases iniciales de sus carreras.  Los expertos en gestión de personas suelen decir que el enganche de los jóvenes con la organización se produce en los primeros meses de incorporación, y que resulta más complicado que se produzca posteriormente.

Sin embargo, hay un elemento que considero altamente positivo de este proceso: la mayor cercanía entre toda la organización de las empresas extendidas geográficamente.  Hemos encontrado más razones, y hemos utilizado más y mejor los medios de comunicación para acercar mundos que, en muchas ocasiones, están muy lejos del proceso de construcción de la casa común.

Creo que este es un mecanismo que tiene que hacernos pensar sobre cómo gestionamos la empresa multi-país de forma que realmente todas las personas seamos miembros de ese proyecto compartido.  Muchas veces, en nuestro entorno, consideramos que el proyecto se genera en la matriz y se expande por la organización internacional.  La pandemia y la forma de trabajar nos ha enseñado que esta dinámica es negativa.

Entiendo que tenemos ante nosotros el reto de generar un proyecto compartido para reforzar la competitividad de las empresas. Esto nos lleva a establecer mecanismos activos de generar y compartir conocimiento, y, por lo tanto, a la innovación de procesos y modelos de negocio, a estrechar lazos con clientes de diversas geografías con mayor adaptación a sus especificidades y valoración de atributos diferentes, a enriquecer el pensamiento colectivo con creencias y comportamientos diferentes y, algo fundamental, a integrar las diferentes culturas e idiosincrasias de la organización en los lugares que opera.

En mi opinión, la mayoría de los procesos de implantación internacional están fuertemente centrados en los modelos de gestión, rasgos culturales, valores, o mecanismos de interrelación, de la casa madre y éstos; rara vez se encuentran adecuadamente impregnados de la cultura y las vivencias de los países donde se opera.  Todo ello genera barreras y obstáculos para una integración completa de las personas en el proyecto empresarial común, ya que existe una dinámica bastante extendida a considerar los valores propios como verdaderos e inmutables.

Creo que una de las competencias fundamentales a desarrollar como clave de competitividad en el futuro es, precisamente, la capacidad de dialogar multiculturalmente para potenciar el proyecto empresarial.  Tenemos que promover dinámicas que favorezcan la configuración de la casa común, en las que se pueda ir modelando y adaptando la comunidad de personas de diferentes culturas y ámbitos geográficos que desarrollen el proyecto.  Es infinitamente más rica una cultura que potencia la identidad de la casa matriz con la aportación de nuevas vivencias que harán posible un proyecto multiculturalidad adaptado a la realidad del mundo en que vivimos.

Yo animaría a nuestras empresas a reflexionar sobre la forma en que desarrollamos nuestros proyectos empresariales con la aportación de todas las geografías, a cohesionar el “grupo” mediante valores compartidos enriquecidos por la multiculturalidad, con mecanismos de gestión que hagan que todo mundo sea parte del proyecto.  Cómo decía Gabriel de Aresti: “Defenderé la casa de mi padre”, pero hoy en día, esta casa tiene una extensión multi-país creciente.  Trabajemos para que esta casa común la construyamos y la vivamos todos juntos.