Ante los retos de la globalización, cooperación (Jon Emaldi)
11/03/2020
“El mundo ha entrado en una fase de desglobalización”. Un titular impactante (El País – 3/11/2019), que se deduce de las tendencias en el comercio internacional, y no solo de las guerras comerciales Estados Unidos – China.
Los datos son contundentes: midiendo el comercio como la suma de Importaciones y exportaciones, durante las décadas de crecimiento del siglo XX el comercio internacional pasó de suponer el 25% del PIB mundial en los años 60, a alcanzar el 60% antes de la Gran Recesión, sin superar esta cifra en ninguno de los años posteriores al 2007.
Parece que no hay muchas dudas de que el óptimo para el consumidor es que el diseño, la fabricación de los componentes, y el montaje de estos, se realice allí donde se alcance la mejor relación calidad – coste, y que esto, en muchos casos, implica la colaboración entre empresas y plantas productivas diferentes.
La lógica detrás de la internacionalización de muchas cooperativas, y muchas otras empresas, que han abierto plantas en otros países, es que la competitividad para fabricar componentes industriales exige identificar su valor añadido en la cadena de valor, y cooperar, entre plantas productivas, y con otras empresas, para completar la oferta conjunta de una solución más global para el comprador. Visto como amenaza, podemos citar a Fagor Electrodomésticos: se puede afirmar, quizá simplificando algo, que la clave del fracaso de una empresa líder a nivel estatal, y lo que abocó al cierre, fue la velocidad insuficiente en adaptar su producción a un reparto internacional más competitivo y más compartido.
Cada vez más empresas descubren que la globalización de los intercambios y la producción genera oportunidades, aunque lógicamente no es fácil adaptarse. Y hacerlo exige avanzar en una economía de cooperación con otras empresas y con otros países.
Ahora bien, esto no es aplicable a todos los sectores. A la pregunta de si la globalización genera o no desigualdad, Mauro F Guillén, catedrático de la prestigiosa Wharton School americana, distingue que “la globalización comercial ha sido capaz de reforzar la igualdad de ingresos, mientras que la globalización financiera se ha asociado a un aumento de la disparidad de renta”.
Numerosos informes coinciden en que en la Gran Recesión, que nació como una crisis solo bancaria, la asunción de riesgos demenciales por parte de los bancos internacionales la provocó la desregulación y liberalización de los movimientos de capitales. A nivel español, como sabemos, desregulación y liberalización se tradujeron en que un sector casi al completo, las Cajas de Ahorros (no podemos dejar de citar a BBK, hoy Kutxabank, como una excepción), pasó de medir con lupa el riesgo de la familia que les pedía una hipoteca, a aprobar riesgos que les llevaron a su desaparición como Cajas: hacerse socias de promotores inmobiliarios, y financiar un boom de la vivienda con fondos que no tenían, y que les prestaban a corto plazo instituciones financieras internacionales.
La máxima “más desregulación y menos injerencia de los gobiernos” no es creíble, y se necesita, en palabras de Mervyn King, “un programa de reformas del funcionamiento del sistema monetario y bancario, y de sus instituciones, que será consecuencia de una revolución intelectual”. Lo defiende un economista que fue nada menos que Gobernador del Banco Central británico durante toda la Gran Recesión, y al que no cabe acusar de veleidades ideológicas.
Los que vivimos la cultura cooperativa, creemos que esa revolución del pensamiento y esas reformas, al igual que la cooperación entre empresas en sectores manufactureros, solo serán posibles si se avanza en superar el cortoplacismo y la búsqueda del máximo beneficio para el accionista, y se adopta el objetivo de cooperación para la creación de riqueza y de valor compartido entre trabajadores, directivos, accionistas y demás grupos de interés.
Jon Emaldi. Profesor en Deusto Business School.