Carta desde Silicon Valley (Lander Jimenez Ocio)
02/09/2019
Desde un espacio de trabajo compartido (coworking) en medio de San Francisco, un grupo de jóvenes emprendedores llegado de Bilbao tiene como objetivo entrar en contacto con el ecosistema de emprendimiento de la Bahía y acelerar sus propias asociaciones empresariales. El espacio tiene zonas de juego, todo el café que se quiera, sofás que invitan a sentarse y tarros llenos de golosinas. Algunas de las personas que habitan este espacio, lo hacen con animales de compañía y la diversidad de emprendimiento es estimulante. El ambiente emula a las grandes empresas tecnológicas que estamos visitando en Silicon Valley. Pero cada vez que salimos, nos enfrentamos a una realidad muy diferente: más de 25.000 personas no tienen más hogar que la calle. Personas que sufren el progreso y la brecha salarial. Brecha que los grandes ingresos de las empresas tecnológicas hacen cada vez mayor, dejándoles fuera de los ingresos mínimos para poder sobrevivir en ese entorno. Es más, el Estado de California estipula que una familia de cuatro (pareja con dos hijas/os) que cobra menos de $117.400 USD/año está por debajo del umbral de pobreza.
Esta realidad está también presente en la vida de todas aquellas personas que visitamos en las grandes empresas tecnológicas. Personas que nos atienden y nos enseñan las empresas donde trabajan, por no más retribución que un “gracias por tu tiempo”. Esto en medio de un ecosistema que busca aceleración, riqueza y el siguiente boom tecnológico. No es de extrañar entonces que nos preguntemos ¿por qué invierten el tiempo en nosotros, estas personas…? Las conversaciones que hacen sus ojos brillar nos orientan hacia dónde puede estar la respuesta.
Meses atrás, había tenido la oportunidad de estar en otro Silicon Valley. Uno muy diferente y en el hemisferio Sur: Nairobi ha sido responsable de introducir la banca telefónica en Africa antes de que fuera adoptada en Occidente. Esta ciudad es hoy un ecosistema de innovación digital de referencia mundial que le ha dado el nombre de Silicon Valley de Africa. En Nairobi, Kenia, tuve la oportunidad de reunir a jóvenes africanas/os y vascas/os para desarrollar soluciones empresariales que combatan la brecha que existe entre el mundo rural y el urbano.
Brecha que contribuye a la despoblación y empobrecimiento rural que nos asola tanto en el norte como en el sur. Allí aprendí que el compartir un propósito común nos empodera para romper todo tipo de barreras, culturales, intergeneracionales e interreligiosas. El deseo de generar impactos positivos da brillo a sus ojos y fuerza de emprendimiento. Fuerza que anteriormente yo sólo había visto en los asentamientos informales, donde las personas emprenden para sobrevivir.
En esta experiencia intercultural, los equipos han emprendido para que sobrevivan valores que nos unen y nos hacen humanos. Empresas que tienen como objetivo la transformación sostenible de nuestros entornos, utilizando el capital como herramienta y no como objetivo.
El brillo de los ojos de estas personas en Nairobi es el mismo brillo que surge en los ojos de las personas en las grandes empresas tecnológicas en California, al hablarles de esta experiencia. Es más, compartir estas experiencias hacen a estas personas conectar aún más con nosotros. Entonces, invariablemente, comparten cómo la realidad las personas sin techo no es ajena a ellas. Estas personas no solo nos ofrecen su contribución personal, sino que muchas de las grandes empresas en que trabajan son conscientes de que necesitan tener un propósito mayor, que son más eficientes cuando creen en lo que hacen y por ello promueven el voluntariado y la contribución a la transformación social y medioambiental.
Es más, ésta es una de las claves del “well-being” que buscan las empresas para tener profesionales en mejor estado de bien estar. Esto nos responde a la pregunta de porqué estas personas están dispuestas a invertir su tiempo con nosotros sin un beneficio monetario. Está claro que estas personas tienen un compromiso y valores que compartimos.
Entonces nos surgen otras preguntas: ¿Cómo compaginar el “well-being” en las grandes empresas para la generación de mayores ingresos cuando son precisamente esos mayores ingresos una de las causas principales del crecimiento de la brecha que deja a personas sin hogar?
Una vez más, son nuestros jóvenes los que responden a estas preguntas. Desde la coherencia de sus reflexiones llevadas a acciones, demuestran que una economía más humana es posible: En medio de las tres semanas de estancia en Silicon Valley hacen un voluntariado sirviendo más de 2000 comidas a personas sin techo.
Esta experiencia les provoca una reflexión sobre los principios de la empresa. Ellas y ellos comparten cómo les ha impactado el voluntariado y les ha hecho encontrase a sí mismas/os. Esto conecta con el objetivo empresarial de sentirse auto realizadas/os y para esto consideran que toda su actividad ha de tener también un impacto social positivo.
Al escuchar este dialogo son mis ojos los que brillan, y quiero pensar que también brillan los ojos de todas las personas que bebemos de la experiencia de cooperación y humanización de la empresa de Don J.M. Arizmendiarrieta.
Lander Jiménez Ocio
Coach en Mondragon Team Academy