Colaboración para la Era inteligente. Grupo Noticias y Gara. Rafael Suso

28/02/2025

Colaboración para la Era Inteligente

Hemos empezado el año 2025 con un mes de enero en el que, de entrada, se han situado los que podríamos denominar los grandes temas del año.

La toma de posesión de Donald Trump como nuevo presidente de Estados Unidos es más que un relevo en la hasta ahora primera potencia mundial. Las expectativas, no siempre ni para todos positivas, creadas durante la campaña electoral nos sitúan en lo que muchos analistas definen como un cambio de Era. La globalización y las certezas, si es que quedaba alguna, que han guiado el desarrollo del mundo occidental han caducado. Lo que tenemos por delante está mejor representado por la imagen metafórica de la niebla que sirve para ilustrar la incertidumbre que nos rodea en todos los ámbitos (económico, político y social). Sabemos poco, tal vez nada, de lo que nos tiene preparado el futuro: una forma de decir que no sabemos a dónde nos llevan los acontecimientos de hoy.

Y casi seguido de Trump, el 20 de enero comenzaba la cita anual de la élite global en Davos. Este año, bajo el lema «Colaboración para la era inteligente», acompañado por la publicación del Barómetro de Cooperación 2025. Un estudio desarrollado con rigor por McKinsey que enfatiza que, a pesar de los desafíos, la cooperación sigue siendo crucial para abordar los problemas globales y que los líderes deben encontrar nuevas formas de trabajar juntos en un panorama geopolítico cada vez más complejo.

Este ha sido el tema de conversación entre líderes económicos y sociales de todo el mundo. Un lema que venía a decirnos que, en medio del desorden global en el que vivimos, la única vía de avance es la Cooperación.

Como era previsible Trump presentó en este mismo Foro de Davos su propuesta personal. Vía satélite y desde una gran pantalla, al estilo 1984 (el anuncio memorable de Chiat Day para Apple Computer dirigido por Ridley Scott) y con tono imperial (David Ignatius – Washington Post) respondió a la propuesta de cooperación con mensajes unilaterales que desafiaban la lógica de consenso que el foro busca impulsar. Sus palabras oscilaron entre exigencias directas a países aliados—como su demanda de mayor gasto militar a la OTAN o su pedido a Arabia Saudita de una millonaria inversión en EE.UU.—y llamadas a la paz, incluyendo una sorprendente propuesta de desarme nuclear.

Más que una apuesta por la colaboración en la era inteligente, su discurso proyectó la imagen de un mundo reorganizado bajo su liderazgo, con reglas dictadas desde Washington y acatadas por el resto. Resto que permaneció en silencio.

Si este es el ejemplo que nos ofrecen los líderes de nuestro mundo, no es de extrañar la conclusión de otro Barómetro, el de confianza que desde el año 2000 realiza Edelman: Vivimos en una sociedad en la que las personas se sienten agraviadas y en la que la desconfianza es el resultado de años de fracasos institucionales. Esta crisis se caracteriza por:

  • Una disminución significativa de la confianza en varias instituciones, particularmente entre los grupos sociales de ingresos bajos.
  • Un alto nivel de agravio contra las empresas, el gobierno y los ricos, y muchos creen que estas entidades solo sirven a intereses.
  • Mayores temores a la discriminación y la inseguridad laboral.
  • Una creciente mentalidad de suma cero, especialmente entre aquellos con altos niveles de agravio.
  • Y todo esto en las puertas de una nueva revolución tecnológica, la que llega con la Inteligencia Artificial.

La Inteligencia Artificial (IA) tiene el potencial de transformar radicalmente el funcionamiento de las sociedades, desde la optimización de la distribución de recursos hasta la mejora de la educación, la atención médica y las oportunidades económicas. Si se desarrolla de manera adecuada, la IA puede servir como una poderosa herramienta para la inclusión, amplificando las voces de los marginados, ampliando el acceso a servicios esenciales y cerrando brechas de desarrollo. Si se implementa de forma deficiente, puede arraigar e incluso exacerbar las desigualdades que pretendía abordar. Como señala Cornelia Walther (Wharton School) la diferencia clave radica en un diseño, implementación y gobernanza intencionales centrados en la inclusión y la equidad, en lugar de únicamente en el beneficio o la eficiencia.

En otras palabras, la IA puede ser una fuerza muy positiva para la sociedad, ayudando a que las personas que menos oportunidades tienen puedan ser escuchadas y tengan acceso a cosas importantes como educación y sanidad, reduciendo así las diferencias entre ricos y pobres. Pero si no se piensa bien cómo se crea y se usa la IA, puede ocurrir justo lo contrario: que las desigualdades existentes se hagan aún mayores. Lo fundamental es que, al desarrollar la IA, se priorice que sea inclusiva y justa para todos, y no solo que sea rentable o rápida.

En este contexto de incertidumbre global, caracterizado por liderazgos unilaterales, desconfianza institucional y la inminente revolución de la Inteligencia Artificial, emerge una conclusión esperanzadora pero desafiante: nuestro futuro dependerá de nuestra capacidad para reinventar la colaboración. La cooperación ya no puede ser un concepto abstracto o un eslogan vacío, sino una práctica deliberada que priorice la inclusión, la equidad y el bien común por encima de intereses particulares. La tecnología, especialmente la Inteligencia Artificial, puede ser un poderoso aliado en esta transformación, pero sólo si la diseñamos con una visión humanista que amplíe las oportunidades para todos, reduciendo en lugar de profundizar las desigualdades que nos dividen.

 

Rafael Suso
Miembro de Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa