Educación confinada (Javier Retegui)
04/02/2021
Educación confinada
El confinamiento domiciliario de la población trajo consigo un cambio del formato educativo que, además de requerir adaptación telemática, presentaba perfiles novedosos. La presencia de los progenitores en el domicilio (aula virtual) ofrecía aspectos inéditos para fomentar la sintonía entre centros y familia. Esta situación transitoria generó modelos que pueden convertirse en permanentes.
La educación social requiere la estrecha colaboración entre centros y familias y de ambos con el entorno social. Comienza desde la más tierna edad, en el hogar se aprende a convivir, compartir espacios y realizar tareas comunes con el resto de miembros. Se adquieren las habilidades necesarias para valerse por sí mismo: ordenar espacios, juguetes y ropas, aprender a cocinar, lavar, planchar, compartir tareas domésticas, sin distinción de sexos, cada uno según sus posibilidades pero sin necesidad de “servidores”. Las responsabilidades se adaptan a la edad pero nadie se libra de ellas. Las tradicionales lacras sociales y sus soluciones: sexismo, clasismo y abuso ambiental, tienen su origen en un erróneo planteamiento de la educación familiar. La organización familiar de las tareas domésticas tiene verdadero valor educativo (rompe el síndrome del consentido hijo único).
La formación integral en el colegio continúa profundizando en la educación social. El alumnado interviene en la limpieza, el orden y la armonía del espacio colegial. Participa también en el mantenimiento de las instalaciones para lo que requiere habilidades de trabajo. Nociones básicas de mecánica, electricidad, carpintería y manualidades forman parte del aprendizaje. La escuela debe dotarse de talleres e instalaciones e integrar la formación práctica en su oferta curricular. “La educación como proceso didáctico y existencial ha de involucrar la toma de conciencia y la práctica del trabajo” (Arizmendiarrieta). Esta dimensión práctica enriquece la formación y desarrolla nuevas habilidades en la persona.
La educación social combinada (familia-escuela) no puede dejarse a la improvisación separada de cada parte; requiere su inclusión en la programación escolar y campañas familiares de sensibilización y apoyo, estableciendo una verdadera sintonía entre el ámbito colegial y el familiar. Las conexiones telemáticas ofrecen oportunidades inéditas.
Pero la formación social de la persona tiene su prueba de fuego cuando se enfrenta a los problemas de la sociedad. El entorno colegial-familiar se encuentra en el dilema de continuar siendo “núcleo aislado” de la sociedad (“educación confinada”) o integrarse en la comunidad territorial. El mundo académico no puede sustraerse de los problemas comunes y está llamado a participar en su solución; tiene potenciales inéditos que, puestos al servicio de la comunidad, ofrecen factores diferenciales.
Tras la pandemia se presenta un panorama desolador. El frenazo de la actividad económica genera desempleo y nos retrotrae a carencias primarias que se creían superadas. Urge reactivar, renovar y crear nueva economía mientras se atienden necesidades esenciales de las personas (reconstrucción económica vinculada a la solidaridad con las personas). En ambas facetas el sistema educativo tiene mucho que aportar colaborando con la reactivación económica (universidad y FP) y atendiendo a las necesidades sociales. La participación del sistema educativo en la reconstrucción del País es el marco idóneo para completar la educación social. Las nuevas generaciones se enfrentan a un mundo incierto y la tarea de renovación ofrece nuevas perspectivas educativas. La actual situación se asemeja a la de la postguerra civil donde, desde situaciones precarias, nació el movimiento cooperativo de Mondragón apalancado desde un proceso educativo.
La riqueza de instituciones con las que cuenta la sociedad actual ofrece un marco adecuado en el que sustentar la reconstrucción social. Desde ese soporte es preciso articular un enfoque comunitario de interconexiones, entre entidades sociales e instituciones, para enfrentarse a las nuevas necesidades. Se trata de construir la “fuerza comunitaria” para que, junto a los poderes político y económico, complete las tres coordenadas necesarias que soportan el modelo de sociedad. La conjunción de estas tres coordenadas requiere de la “dimensión temporal” mediante la proyección estratégica de futuro que sea capaz de aglutinarlas y orientarlas. El sistema educativo está llamado a convertirse en el núcleo vertebrador de la dimensión comunitaria. Enraizado en las familias y con la fuerza de la juventud, la educación puede protagonizar un nuevo tiempo de progreso. Es hora de romper con su tradicional aislamiento.
Javier Retegui