En el origen, un empobrecimiento creciente (Angel Toña Guenaga)

05/01/2019

EN EL ORIGEN, UN EMPOBRECIMIENTO CRECIENTE

Angel Toña Guenaga

 

No sostengo que la desigualdad económica sea inmoral de partida, sino que lo verdaderamente inaceptable es que la gente no tenga lo suficiente. El debate sobre el igualitarismo económico como ideal moral no me parece central. En mi opinión la pregunta ética debe situarse en el aumento del empobrecimiento y en que un sector de la sociedad carezca de lo suficiente para tener una vida decente. El debate sobre “¿Cuánto es suficiente?” está planteado y tratado por Skidelsky y otros autores. La lectura de G. A. Cohen, “Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico?”, nos adentra en un debate de gran interés, y que no se reduce a una única respuesta válida.

La gran mayoría de las instituciones y los ciudadanos vascos compartimos un consenso básico: en el origen de nuestros problemas está la progresiva e inaceptable desigualdad creciente, el empobrecimiento de más segmentos sociales, como resultado de la recesión y la posterior recuperación económica. Una recuperación que ha recobrado la riqueza previa a la crisis, pero en el contexto de una mayor desigualdad. La sociedad de 2018 tiene unas clases medias, medias-bajas y bajas más empobrecidas que hace diez años. Además, a la crisis se añaden los efectos de la globalización, los flujos migratorios y los efectos de la irrupción tecnológica.

Tampoco todos los más afortunados han salido de la misma forma de la recesión. Hay más ricos, pero el grueso de la riqueza se acumula en menos personas y entidades. Asimismo, más clases medias y bajas están más empobrecidas y la clase media-media ha disminuido.

En los años de crisis, las reformas sociales y económicas han ido dirigidas a mejorar la eficiencia de la economía; se ha corregido el desplome de la actividad y nuestro PIB ha recuperado y superado los niveles previos a la recesión; las políticas reformistas han logrado la mejora de nuestra competitividad… ¿Bien, y…?

Lo estamos viendo. Y, no me refiero sólo al País Vasco, que también. Miremos al mundo, a los votantes del Brexit, al triunfo de Trump, a Italia y otros países de Europa donde la extrema derecha gana parcelas de poder. También a Andalucía, a Francia -con las protestas de los chalecos amarillos, cuya renta está un 30% por debajo de la media-, al flujo migratorio de América central hacia el Norte, a la crisis de los refugiados políticos y económicos que huyen de África y Asia hacia una Europa que cierra fronteras…

Demasiados hechos, cuya previsibilidad era improbable o estaba descartada, se han producido. Y si no se afronta con elevados niveles de cohesión y consenso el origen de todo ello, que repito, es el empobrecimiento de una buena parte de los ciudadanos, éstos convulsionarán a una sociedad que creía que todo el riesgo estaba bajo control. Ahí están los pensionistas que exigen soluciones garantistas, y son capaces de ejercer una presión organizada y permanente; los trabajadores empobrecidos en los últimos diez años cuya capacidad de presión daña seriamente, o puede hacerlo, la actividad económica; grupos de población hoy silentes cuya reacción no es anticipable…

Y ello, sin olvidar excluidos, marginados, refugiados y colectivos dañados en sus Derechos Humanos y que apenas tienen capacidad de organizarse.

Estas cosas están ocurriendo y, sin pretender ejercer de agorero, pienso que seguirán ejerciendo una presión imprevisible, con efectos profundos.

Todo ello es caldo de cultivo de grupos de presión, políticos o sociales, que pueden conducirnos a situaciones convulsas, contrarias a la racionalidad social, económica y política. Es el populismo antisistema en todas sus formas, de derechas o de izquierdas, que sólo ofrece satisfacer peticiones egocéntricas, que sólo oferta verborrea barata, confusión y desprestigio, y que nos podría hacer retroceder en mejoras sociales, económicas y democráticas que creíamos definitivamente asentadas.

No preveo esta suerte de apocalipsis en el horizonte de Euskadi. Pienso que tenemos elementos de cohesión suficientes para acrecentar la estabilidad social y económica. Pero eso nos exige ser conscientes de seguir apostando por las empresas y la competitividad, casi única fuente de generación de riqueza de país; esto es, por la eficiencia. Pero… sin dejar atrás, nunca, la mirada a la equidad.

“Modelo de Bienestar: Cuidar la vida. Crear y distribuir la riqueza”, titula uno de los apartados de las Bases del Libro Blanco del Congreso del Centenario de Eusko Ikaskuntza recientemente celebrado. Si el primer requisito de cualquier política económica es la eficiencia, su derivada ineludible es la garantía de equidad. Ninguna política que mejore la situación general de un país dejando atrás a otros más débiles, es una buena política.

Si el objetivo primario de cualquier empresa es la generación de valor, ese valor no es sólo patrimonio del accionista. O se da una distribución primaria en ese ámbito, vía salarios y condiciones de trabajo, o no estamos ante una empresa socialmente creíble. Que sea defendible no sólo desde el ejercicio de la responsabilidad, sino desde el cálculo de la utilidad, aplicando el denominado ‘Criterio de Compensación de Kaldor- Hicks’, según el cual es deseable que los ganadores puedan compensar a los perdedores y, aun así, seguir ganando.

En todo caso, si la eficiencia ha progresado más que la equidad, los gobiernos y las instituciones sociales y económicas deben aplicar políticas de distribución secundaria, por la vía del gasto -léase Políticas Sociales- y por la vía del ingreso –fiscalidad-.

Ese objetivo es posible. En la práctica, nuestro país tiene una experiencia de gasto en política social muy notable, y el debate y discrepancia sobre el destino de recursos marginales no puede ni debe echar por tierra el consenso social y político de que goza.

Más complicado es el debate sobre las fuentes de ingresos, la recaudación vía impuestos. Nos hace falta cautela, y también audacia. Cautela, para que el ánimo recaudatorio no conduzca a menores ingresos; y audacia para que entendamos que un país no avanza sin un presupuesto con ingresos suficientes.