Pandemia y sentido de la vida (Javier Retegui)

02/11/2020

Pandemia y sentido de vida

El Covid-19 nos pone ante el riesgo de la muerte, la vemos merodear.  Estadísticas de fallecidos y esquelas de amigos, sin duelo ni despedida, nos enfrentan a la dura realidad.  Quiebra la rutina, consumo de subsistencia, se cancelan viajes, celebraciones y festejos y la reclusión domiciliaria es baluarte contra la letal enfermedad.

El encierro conduce a la reflexión.  Se cuestiona la vorágine consumista mientras afloran sentimientos comunitarios.  Los balcones conectan a los vecinos y circulan en las redes mensajes de paz, concordia y solidaridad, entre conocidos y amigos.  Se cuestiona el modelo de vida y su sentido último.  Hay conciencia de empezar un camino sin retorno, la vida pasada es una quimera, cambia la economía, la pandemia impone condiciones y nada va a ser como antes.  Instituciones públicas y empresas se endeudan hasta límites insospechados, en una clara apuesta de futuro, pero no será suficiente sin una respuesta equivalente de la sociedad civil.

El panorama de desolación requiere de nuevos valores y compromisos.  No vale “dejarse llevar por el sistema” sin asumir responsabilidades.  Un futuro predecible se ha convertido, repentinamente, en incierto.  Se necesitan nuevas actitudes; personas renovadas que encaren su devenir con decisión.  Ha llegado la hora de demostrar la “mayoría de edad” de la sociedad civil y de actualizar el sentido de la vida y la visión trascendente.

Esta nueva situación requiere, de las personas, cuatro actitudes esenciales que representan escalones graduales de concienciación y sentido de trascendencia:

  • Responsabilidad profesional.  Donde cada persona ofrezca sus mejores esfuerzos en el trabajo y en la profesión.  Un espíritu creativo-innovador llena la existencia, transformando el deber en vocación y dando un sentido artístico a la vida.  La organización productiva alienta vocaciones particulares.
  • Responsabilidad familiar.  La persona trasciende a su vida a través de la descendencia. La caótica situación demográfica nos enfrenta a la necesidad de la procreación. No hay futuro sin descendencia.
  • Responsabilidad social.  Actitudes personales poco pueden sin los demás.  Se requiere conciencia de proyecto compartido donde esfuerzos individuales se acoplen y potencien en el esfuerzo colectivo.  Los desequilibrios sociales son el “cáncer” comunitario.  Nada de la comunidad nos es “ajeno” y su futuro es responsabilidad de todos.
  • Responsabilidad ecológica.  El medio natural, patrimonio común, ha llegado a su límite.  Su recuperación nos enfrenta al mayor reto de la humanidad que obliga a modificar modelos de conducta y a idear una nueva economía.

Cada uno de estos retos da sentido a la persona y deja huella de su efímero tránsito por la vida.  El conjunto completa las tareas a desarrollar.

Pero las ansias de la vida y su “destino último” añaden un nuevo escalón.  Se trata de la conciencia de un ámbito espiritual, no aprehensible con los sentidos, que tiene que ver con creencias, sentimientos y valores.  Esta dimensión nos plantea la razón última del ser y la trascendencia tras la muerte, que den plena coherencia a la trayectoria personal.  Es un camino, sin certezas, que completa, culmina y ofrece pleno sentido a las etapas anteriores.

El camino espiritual es un trayecto personal de búsqueda de la verdad y del bien.  Se trata de encontrar la razón última de la existencia humana, en coherencia con la trayectoria y leyes universales de la humanidad.  Ni la fe heredada ni el agnosticismo imperante son razones para inhibirse de la propia responsabilidad.  En este proceso de búsqueda, la persona puede nutrirse de conocimientos y experiencias ajenas pero ello no impide de su responsabilidad indelegable.  El esfuerzo de la búsqueda es, en sí mismo, un importante avance en el proceso vital.  Llegar a encontrar certezas espirituales ofrece un código de valores que dan coherencia a la existencia, la llena la vida y le dota de finalidad última.

La nueva situación a la que nos enfrentamos tras la pandemia, va a requerir un espíritu personal renovado, dispuesto a la lucha y armado de un conjunto de valores de: trabajo, familia, solidaridad y respeto a la naturaleza que se sustentan en sólidas creencias y valores espirituales.  La sociedad rearmada moralmente y con los niveles de preparación que dispone está preparada para asumir los nuevos retos.  Hay motivos para la esperanza; los sentimientos de solidaridad que han aflorado deben transformarse en responsabilidades sociales y valores compartidos. Ha llegado el momento de la verdad.

Javier Retegui

Miembro de la Fundación Arizmendiarrieta