Por dónde se sale (Ángel Toña)
16/09/2020
El tsunami económico provocado por el Covid-19 nos aboca a una crisis con impactos impredecibles, de los que confiamos en salir, pero de otro modo y a otro lugar. La solución no está en el retorno a la casilla de salida. El entorno empresarial, local y global, está rodeado de incertidumbres. Algunas empresas no resistirán el embate inmediato. Unos meses habrán sido suficientes para dar al traste con ellas. Otras muchas sufrirán. Y todas, también las hoy solventes, buscarán su salida en un escenario de parámetros desconocidos, que deberemos ir identificando en los próximos tiempos. Lo convencional no sirve ya para gestionar en condiciones de futuro impredecible. Tenemos que reinventarnos. Una reestructuración laboral y financiera puede ser urgente, pero no será suficiente. Y muy a nuestro pesar, un ERE convulso y un concurso de acreedores, pueden ser los antecedentes de una liquidación, pero no de un renacimiento.
Todos tenemos que reinventarnos, empresas, trabajadores y clase política. Repensando, podemos identificar lo que sabemos hacer bien. Con esfuerzo adicional, identificaremos las demandas que se nos dirigen, desde el mercado, desde la sociedad. Podremos reflexionar sobre lo que debemos ofrecer, como producto, como respuesta a la demanda. Tendremos que innovar en las formas de producir y ofrecer nuestros servicios. Serán diferentes, y podremos identificarlos. Y también repensaremos la forma de presentarlo, de venderlo, de hacerlo llegar. O lo hacemos así, o sucumbiremos.
Reinventar todo esto implica cambiar radicalmente nuestros modelos de gestión. Y la resultante serán organizaciones que han resuelto con éxito una ecuación compleja.
Las empresas y las organizaciones sociales tienen una razón de ser, de estar y existir. Pero esa razón es cambiante, y por ello están obligadas a transformarse, a adaptarse para poder ofrecer los servicios que la sociedad demanda. Los mercados han cambiado, no solo exigen mejores productos y servicios, sino otros productos y otra forma de servicio. Esta es la única razón de ser de una organización, de una empresa. Crecer al compás de la demanda social, en términos económicos, en términos de legitimación. Igual de aplicable a un comercio de barrio que a una multinacional. El COVID-19 ha acelerado estos cambios, en pocos meses, todos hemos cambiado en nuestra forma de consumir y de demandar servicios.
Nuevos tiempos, nuevas formas de empresa. Los trabajadores no son ya un factor de coste, un recurso de producción. Ni los proveedores. Ni los clientes son una mina que explotar. Una gestión innovadora no es una dirección que busca la perfecta combinación de estos factores para obtener una plusvalía para los socios. ¿Cuántas empresas conocemos en las que ésta premisa funciona en el tiempo? Pocas y con escasa legitimación social.
Tampoco la empresa es la garante de mi supervivencia como trabajador. Demos la vuelta al argumento. El trabajador aporta condiciones de éxito, buen hacer y legitimidad a la empresa, al tiempo que ésta le proporciona unos recursos y condiciones que le permiten tener una vida con posibilidades materiales de felicidad.
En unas condiciones en las que desconocemos hacia donde se dirige el sistema, tan solo una gestión creativa, innovadora, post convencional, puede resituarnos en el nuevo escenario. Interiorizar que no volvemos al punto de partida, y que todos los afectados, todos, somos necesarios en la reconfiguración de los proyectos empresariales, y políticos, es condición necesaria para afrontar el reto.
Conocemos empresarios empeñados en defenderse, encerrados en la gestión de su empresa, como si se tratara de una fortaleza que guarda un valioso tesoro. Empeñados en defender un patrimonio de valor tendente a cero o negativo. Y trabajadores atrincherados en un castillo cuyo interior ha quedado vacío y no les procura cobijo.
No es tiempo de gestión convencional. Del director que todo lo decide, de la acumulación del poder de decisión en ese núcleo muy reducido de personas que tratan de atender los criterios de unos accionistas, o de unos socios cooperativistas, muchas veces propietario de la nada. Es tiempo de gestión compartida con los verdaderos interesados en el futuro de la empresa. Y, por tanto, también con los trabajadores, los clientes, los proveedores y los poderes públicos. Es tiempo de compartir gestión y propiedad, de identificar con el proyecto de empresa, con su razón de ser, a los verdaderos afectados por el futuro de esta.
El riesgo de una gestión convencional es un juego de sumas negativas. Uno decide hacer, otro se resiste a hacerlo. Los dos pierden. Otros parámetros moverán el sistema. O sabemos identificarlos, o terminarán con nosotros. El mundo ya ha cambiado. O afrontamos sus efectos con inteligencia creadora, o nos engullirá.
Angel Toña Guenaga