Tareas pendientes (Mª Carmen Gallastegui)
21/10/2017
La gran recesión ha sido una catástrofe para muchos y letal para los más débiles. Nuestro modelo ha resultado ser vulnerable en muchos aspectos y hay un amplio consenso acerca de la necesidad de efectuar reformas importantes. El empeoramiento en la distribución de la renta y riqueza que la crisis ha propiciado permite concluir que nuestro modelo no cumple con propiedades que muchos consideramos imprescindibles. En particular, no parece generar incentivos para que las personas nos comportemos de forma solidaria, ni siquiera de forma honesta, lo cual resulta muy preocupante.
Es una lástima que el logro de la eficiencia económica no acarree necesariamente la maximización del bienestar social; la vida sería mucho más sencilla si fuera posible lograr las dos cosas a la vez pero esto no es siempre así, de hecho no lo es excepto en contadas ocasiones. Por eso, para poder lograr lo que normalmente deseamos, precisamos disponer de un potente y bien diseñado sector público capaz de gestionar un sistema fiscal eficaz y justo, un modelo de prestación de servicios “coste efectivo”, regulaciones acertadas y un sistema judicial de calidad.
Conseguir estos objetivos no es baladí y plantea numerosas preguntas que no son nuevas, aunque a veces lo parezcan. Pensemos en alguno de ellos.
¿Podemos conseguir nuestros objetivos limitándonos a cambiar el modelo de funcionamiento económico en un mundo sin valores? La respuesta es claramente no y no insistiré en ello. Es una lección que, la mayoría, hemos aprendido.
Tendremos que hacer un hueco para que, además de competencia, se desarrollen comportamientos basados en valores que pueden ser tan reales o factibles como el del “homo económico”
Otras lecciones tienen que ver con la necesidad de reflexionar con los filósofos acerca de la justicia social. Esto exigiría llevar a cabo un análisis de los resultados que podrían alcanzarse si se aplicaran los principios que gobiernan la distribución de libertades, oportunidades y recursos, en una sociedad basada en principios y reglas morales. Tenemos experiencia de economistas y filósofos trabajando en conjunto que han obtenido algunos resultados a los que merece la pena prestar atención. Esta podría ser la primera lección a abordar.
Otra enseñanza es más reciente. Se remonta a un trabajo de A. Kirman, Colander y Kupers (2014). Los autores argumentan que si se considerara a la economía como un sistema complejo y adaptativo, algo bastante razonable, la forma en que se diseña la política económica tradicional podría tener que ser alterada. Y esto es así porque los sistemas complejos e interactivos pueden sufrir crisis endógenas que hagan muy difícil, complicado o incluso imposible dirigir el sistema en la buena dirección.
En el sistema económico podría ocurrir algo similar a lo que nos explican los científicos que ocurre con el sistema del clima y que se concreta en la siguiente sentencia: “El sistema climático no tiene por qué tener una tendencia a converger ‘siempre’ hacia un estado estacionario”.
Me inclino a pensar que lo que estos autores sugieren puede ser verdad. En cualquier caso constituye una alerta a tener en cuenta, sobre todo si a su intuición añadimos lo que estamos observando y aprendiendo en este cambio de época que nos está tocando vivir. No es cuestión de ponernos pesimistas; al contrario, se trata de trabajar y encontrar una respuesta viable para conseguir lo que todos deseamos. Un sistema económico eficaz y un sector público con capacidad y acierto para asegurar el bienestar colectivo.
En un mundo en el que se está avanzando a un ritmo rápido hacia la inteligencia artificial que servirá, o al menos esa es la esperanza, como complemento a la inteligencia humana; en un mundo en el que se planea y se trabaja en la fabricación de robots que pueden sustituir a los humanos y en la industria 4.0 en la que la innovación juega, cada vez, un papel más importante, no queda más remedio que admitir que los cambios nos obligaran a diseñar instituciones públicas muy eficaces y a desarrollar sociedades en las que comportamientos como la corrupción y el fraude de todo tipo, incluido el fiscal, no ocupen lugar. No sé si la cooperación entre personas, instituciones, organismos, empresas podrá ser el comportamiento dominante. Me doy cuenta de que puede parecer un sueño inalcanzable. Sí parece claro, sin embargo, que tendremos que hacer un hueco para que, además de competencia, se desarrollen comportamientos basados en valores que pueden ser tan reales o factibles como el del “homo económico” en busca de su propio interés. A. Smith nos enseñó mucho y no se trata de renunciar a su legado sino más bien de complementarlo; no acierto a ver porqué el “homo económico” ha de ser siempre un “egoísta redomado”. Hay margen, como evidencia la experiencia, para que se preocupe por sus vecinos, amigos y familiares sin renunciar a trabajar duro, a trabajar bien y a tener éxito en sus proyectos.
Mª Carmen Gallastegui
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