¿Tiene solución la reputación de la Banca? (Juan Manuel Sinde)
28/09/2019
Hace unos meses se publicaba en estas mismas páginas la intención del conjunto del sector bancario de contratar a alguna agencia de comunicación externa para mejorar su reputación, al estar muy preocupados por la acumulación de eventos negativos ante la opinión pública (como han sido los casos relativos al Impuesto de Transmisiones, las manipulaciones en la valoración de divisas y tipos de interés, determinadas clausulas e índices de referencia en préstamos hipotecarios, …)
Se sumaban así a una similar intención del BBVA, cuya reputación se ha visto seriamente afectada por las informaciones relativas a la contratación durante varios años consecutivos por su presidente anterior, Francisco González, de los servicios del Comisario Villarejo, para realizar cometidos presuntamente ilegales.
Humildemente, nos atreveríamos a pronosticar que muy pobres serán los resultados prácticos del trabajo de las agencias de comunicación. En efecto, pretender que un problema profundo, como es el rechazo social de la cultura de las entidades financieras, pueda arreglarse de forma cosmética es una ingenuidad, lo no puede ser desconocido para los máximos responsables de las mismas. (Que quizás se encuentren en una situación en que deben aparentar alguna acción esperando que “escampe la tormenta” y continúe el “business as usual”).
La mala reputación del oficio de banquero no es además un problema reciente. Tal vez los atributos más cercanos al mismo en el imaginario colectivo son los de “codicia” y “prepotencia”, que generan rechazo social. (Así, en una encuesta realizada en el Reino Unido la banca era el 2 º lugar más odiado por los ingleses para acudir a sus oficinas, dudoso honor en el que sólo eran superados por los dentistas).
La realidad, sin embargo, es que la banca internacional ofrece unos servicios a la comunidad mundial de extraordinario valor. En primer lugar, un sistema de pagos eficaz y eficiente, que facilita enormemente el comercio y las transacciones entre empresas e individuos. Como se ha comparado muchas veces, es el equivalente al sistema sanguíneo para el cuerpo humano, cuya salud es absolutamente fundamental para el buen funcionamiento del organismo, en este caso de la actividad económica.
No es de menor importancia la trasformación del ahorro en préstamos u otras facilidades financieras que permiten la creación de riqueza y empleo para la comunidad y que también es clave para el desarrollo económico de las naciones.
Pero los comportamientos inaceptables de la Banca no han sido de menor importancia: desde los bancos de inversión americanos, que engañaron a sus colegas europeos y asiáticos en los años previos al colapso de Lehman Brothers, hasta la venta generalizada de productos “podridos” basándose en la falta de formación de los gestores y la credibilidad de los clientes. Pasando por una cultura de prepotencia que termina en “trágalas” cuando hay un conflicto de intereses entre banco y clientes.
En un contexto, por otro lado, en el que está en juego el verdadero bienestar de la mayoría de personas de nuestro planeta, muchas de las cuales corren el riesgo de verse confinados del progreso y el bienestar, mientras algunas minorías explotan en su propio beneficio vastos recursos económicos.
Más ética y menos cosmética
Desde ese punto de vista, la clave en la mejora de la reputación no está en una cosmética más sofisticada sino en unos comportamientos éticos que sean asegurados al máximo nivel de la institución. Puede ser muy acertada, en ese contexto, la recomendación de constituir un Comité de ética formado por personas con experiencia en el sector y sin relación anterior con cada institución.
Se trata de una propuesta de la Santa Sede en el documento Oeconomicae et pecuniariae questiones (OPQ) en el que analiza, con bastante realismo, las debilidades de un sector de actividad tan importante para la buena marcha de la economía mundial.
También sugiere el documento que sean vigiladas especialmente las operaciones con los llamados CDS, que, si bien pueden tener su legítima función de cobertura de riesgos, se prestan a movimientos especulativos y, peor aún, manipulativos, que pueden acabar con empresas y llevar a la quiebra a países enteros.
Sería recomendable, en ese sentido, que las entidades formalizaran sus políticas y sus restricciones para operar con los productos con alto potencial especulativo (no sólo los CDS, sino también las “posiciones bajistas” y otros cada vez más sofisticados) de acuerdo con el citado Comité Ético, aun admitiendo que siempre habrá una “zona gris” que quedará al albur de la conciencia del gestor respectivo.
Dando por supuesto que las entidades financieras deben prescindir de ofrecer productos domiciliados o que invierten en paraísos fiscales, entendiendo por tales aquellos que no tienen la transparencia mínima exigible según los estándares internacionales. Y que continúen esforzándose para que sus gestores tengan una formación adecuada a las tareas que realizan (cuestión en la que los ingleses nos llevan unas décadas de ventaja). Así como para que el diseño de los bonus no estimule comportamientos comerciales cortoplacistas, sino que esté alineado con los intereses de los clientes y los objetivos a largo plazo de las entidades
Prácticamente nada podemos hacer, por supuesto, para que el sistema financiero internacional se modifique. Quizás la Iglesia encuentre una vía adecuada, pero es un reto desproporcionado para nuestras fuerzas locales.
Pero sí podemos intentar que Bilbao sea una plaza financiera saludable convenciendo a sus principales operadores de que sigan las pautas arriba expuestas y rechacen prácticas y productos auténticamente tóxicos que, a la larga, les lleven a altos niveles de rechazo social, que acaban pagando muy caro.
(En ese sentido merece destacar el estudio presentado en el Biscay ESG Global Summit en el que se demuestra que tienen mejor rentabilidad y crecimiento las entidades financieras que tienen una mayor actividad de responsabilidad social con sus distintos stakeholders)
En cualquier caso, probablemente merezca la pena que nos esforcemos en ello.
Juan Manuel Sinde
Presidente de la Fundación Arizmendiarrieta