Trabajo y Union para el cambio social (Joxan Rekondo)

28/09/2018

Trabajo y Unión para el cambio social

1. En un artículo para el número 43 (julio-septiembre 2014) de la revista religiosa Hemen, Pako Garmendia examinó la frecuencia de los términos fundamentales con los que José María Arizmendiarrieta había ordenado su discurso.  De acuerdo con este análisis, las cinco palabras a las que este último recurría más repetidamente eran: persona, social-sociedad, empresa, trabajo y Dios.

En el foco de la concepción arizmendiana, por lo tanto, se sitúa la persona y su dignidad natural, que se promocionarían a través de una participación voluntaria y corresponsable desde el marco social-comunitario en el que vive y trabaja.  De esta manera, la dignidad personal estaría asociada a una noción de libertad que correspondería a ‘sujetos solidarios y no solitarios’ y que conllevaría por tanto una práctica de cooperación.  La libertad así institucionalizada, orientada por una espiritualidad cristina que confluyó con las pervivencias de un humus tradicional comunalista, buscaría neutralizar inclinaciones egocéntricas y abrirse a cooperaciones responsables en la vida social, singularmente en la economía.

2. El tipo empresarial que se creó en ese entorno humanista partió de una asociación de personas de diferente origen y pensamiento que han compartido un proyecto de índole económica, con unas relaciones abiertas y democráticas, donde esas mismas personas han encontrado además oportunidades adecuadas para su propio desarrollo humano, cultural y profesional. En este sentido, Mondragón ha representado, de acuerdo con la metáfora de Arizmendiarrieta, dignidad y despensa para las personas que han participado en el proyecto, plasmación concreta en el ámbito empresarial del potencial cooperativo.

Evidentemente, este enfoque personal-comunitario solo podría construirse desde una posición enraizada en el territorio humano, buscando la cooperación activa entre los sujetos aportantes de trabajo, conocimiento y capital en una economía que, de acuerdo con la metáfora que aquí ha popularizado el lehendakari Ibarretxe, se desarrollaría con las Raíces de la identidad y las Alas de la innovación. Es imposible optimizar la colaboración entre esas tres dimensiones que activan la economía moderna sin la implicación real, desde cada centro de trabajo, de las personas que las representan.

3. Preocupa el trabajo, como cultura y como actividad. Hoy en día se habla del fin del trabajo, queriéndose significar la ascendiente relevancia que ha adquirido la demanda de ocio, a lo que se añadiría el empuje de la revolución tecnológica que podría poner en riesgo el trabajo humano en amplios sectores productivos, a la vez que el debate abierto en torno a la percepción de un subsidio universal no vinculado al trabajo estaría también cuestionando la importancia de este.

Sin embargo, el trabajo es lo más valioso y sagrado que tenemos, decía con razón Arizmendiarrieta. Tengamos cuidado, porque la desvalorización del trabajo puede acarrear importantes factores de amenaza para las concretas condiciones de vida de las personas. La pérdida para el desarrollo personal y la calidad de las relaciones sociales sería obvia. Además, sin interés por el trabajo, no habría tampoco motivo para preocuparse por las condiciones emocionales y materiales en las que hubiera que desempeñarlo.

Sin entrar en el debate sobre las transformaciones que más pronto o más tarde vayan a producirse en el ámbito del empleo y las nuevas condiciones de la empleabilidad, todavía es posible creer que el trabajo humano va a seguir siendo el componente principal de todo proyecto de realización personal y cambio social que quiera perseguirse.

4. La economía de la cooperación se plantea impulsar la acción compartida entre personas y fuerzas socio-laborales para realizar el cambio social a partir de la centralidad del trabajo humano. Solo cabe imaginar que la oportunidad para esa cooperación, y su dinamismo transformador, habrá de originarse en el seno de la comunidad básica de trabajo que es la empresa. Ahí es donde las fuerzas sociales y las personas que las conforman pueden asociarse y comunicarse, cooperar y compartir responsabilidades, participando desde la base hacia arriba en la “línea bien marcada de subsidiariedad” (boletín TU, nº 120, octubre 1970) que apuntó Arizmendiarrieta en sus textos sobre formación cooperativa.

Aunque resulte una línea bien marcada, las citas expresas a la subsidiariedad no son abundantes en los textos de Arizmendiarrieta. Pero, el sacerdote markinarra sostiene reiteradamente que un entorno social y empresarial cooperativo únicamente puede afianzarse desde abajo hacia arriba, con la participación de todas las personas que conforman la base social, sin intrusiones arbitrarias ni tutelas paternalistas. Esto se hace posible a partir de la estimación del trabajo propio; pero no por interés individualista, sino como capacidad de autogestión que se pone también a disposición del grupo.

Las nuevas posiciones que representa la generación de Arizmendiarrieta podrían definirse así: “menos paternalismo y más compromiso y solidaridad, trabajo y unión” (boletín TU, nº 118, junio 1970). Esta definición es nueva, pero también ancestral. Podría identificar perfectamente a la institución tradicional del Auzolan, que ha tenido gran influencia en la cultura cooperativa vasca. De hecho, el Auzolan es el ejercicio de la subsidiariedad visto desde la base social, entendido como demostración de la capacidad de los colectivos sociales para autogobernarse sin necesidad de tutorías externas, y a la vez revela el potencial solidario del trabajo en común.

5. Los amigos de Arizmnediarrieta han promovido diversos encuentros, junto con empresarios, miembros de partidos políticos y sindicatos vascos, desde los que se ha desarrollado el que se llama Modelo de Empresa Inclusivo-participativa, que han presentado con éxito a la consideración de los Parlamentos de la CAV y Navarra.

El modelo de empresa propuesto busca atender a las necesidades de dignidad y despensa de los trabajadores. Es decir, que en esta iniciativa se imbrican la pretensión más material de promover un paradigma moderno de empresa que aspire a ser competitiva y sostenible con el objetivo de lograr una empresa de carácter humanista, centrada en el servicio a las personas e integrada con el pulso social y la cultura del país. En este aspecto, el modelo inclusivo-participativo responde al doble principio de la solidaridad-inclusividad y subsidiariedad-participación que debe estar en el fondo de una economía cooperativa.

Ciertamente, una empresa inclusivo-participativa, con trabajadores inclusivo-participativos, debe aportar a la transformación de la sociedad en la que se inserta, también en clave inclusiva y participativa. Lo que llama a la apertura de un ámbito de cooperación-solidaridad hacia fuera de la empresa, que no estará exento de tensión, en el que se habrán de dilucidar cuestiones sociales muy importantes relacionadas con el modo en que están integradas la empresa y el entorno social en el que se ubica y con la valoración de lo que se aportan recíprocamente. En definitiva, se podría decir que no puede culminarse un cambio social en un sentido de progreso si no se gestiona adecuadamente, en clave de trabajo y unión, esta interrelación empresa-comunidad.

Joxan Rekondo