Un nuevo mundo nos llama a transformarnos profundamente (Sabin Azua. El Economista)

02/07/2021

Un nuevo mundo nos llama a transformarnos profundamente.

 

Todo parece indicar que estamos a las puertas de una nueva etapa. En los países occidentales empezamos a visualizar con un cierto optimismo el control de la pandemia. De alguna forma, intuimos una salida esperanzadora para recuperar elementos sustanciales de nuestra vida, y es precisamente ahora cuando más imprescindible es reflexionar sobre el nuevo escenario que tendremos que afrontar, sobre los rasgos esenciales de la sociedad resultante, o los mecanismos de generación de riqueza.

Es innegable que la pandemia y la forma en que estamos teniendo que afrontarla pone en cuestión principios o modos de vida que considerábamos inamovibles. Hemos perdido espacios de libertad y capacidad de elección, sufrido pérdidas irreparables, padecido la falta de movilidad, y en general, se ha deteriorado nuestra capacidad de socialización con otros seres humanos. Los impactos son enormes, desde la alteración del mundo de la educación y del trabajo, pasando por el ejercicio de la solidaridad o el cambio en las prioridades existenciales.

Es por la enorme alteración de la vida en todos los sentidos, por la que me cuestiono: ¿Cómo afrontaremos desde las empresas la apertura al nuevo mundo post-pandemico?, ¿Cambiaremos nuestras actitudes, valores, mecanismos de actuación fruto del aprendizaje, o intentaremos volver cuanto antes a las pautas habituales de comportamiento? ¿Surgen nuevas formas de formulación del pensamiento estratégico de la organización para adecuarse a la nueva realidad y transformar nuestra dinámica competitiva?

Es evidente que una de las primeras transformaciones a acometer en la mayor parte de las organizaciones se centrará en la articulación de nuevas formas de trabajar, más acordes con algunas de las cuestiones realzadas por la situación que hemos vivido: combinación del trabajo presencial con el teletrabajo, digitalización creciente de las actividades de las empresas (tanto en gestión interna, como en relaciones con terceros), mayor conciliación de la vida laboral y personal, cambios en la prevalencia de valores en una parte importante de la sociedad, etc.

¿Qué contextos empresariales surgirán de todo esto? Creo que esta evolución profunda del mundo del trabajo deberá obtener claras respuestas en las dinámicas que pongan el bien común por encima del bien individual, que hagan de la solidaridad una norma de vida, que incorporen todas las capacidades de las personas en las empresas extendidas, que articulen la aportación del conocimiento y el saber hacer de todas las personas, etc. Con todo, este ejercicio será baldío, si no partimos del compromiso de autoexigencia y la responsabilidad individual para aportar al proyecto de futuro.

Asistimos a numerosas interpretaciones sobre cómo se va a comportar el entorno competitivo en los próximos años: si se aceleran o no las transiciones en marcha, si surgen nuevas formas de competir o nuevas necesidades sociales, si se romperán las cadenas de suministro globales, etc. No hay un único escenario de futuro predecible. Pero la empresa debe tener una visión particular del futuro competitivo en el que le toca competir.

Como reza un anónimo: “Aunque la ventana es la misma, no todos los que se asoman ven las mismas cosas. La vista depende de la mirada”. Tenemos que aprender a mirar el futuro con decisión, debemos asomarnos a esa ventana con aires renovados y ojos nuevos. Es preciso que tomemos nuestras decisiones de cómo mirar el futuro desde las propias capacidades y competencias y, los espacios de oportunidad que seamos capaces de atisbar desde nuestra realidad actual. La anticipación es una fuente de ventaja competitiva que no debemos desaprovechar.

Sé qué en estos momentos de incertidumbre, tomar decisiones que comprometen el futuro es muy complejo, pero tenemos que ser audaces. La peor decisión es la inactividad o el miedo. Debemos hacer nuestro el dicho: “Quién no arriesga piensa en lo que puede perder, pero nunca en lo que puede ganar”, para afrontar el futuro y sus consecuencias.

Pero este camino debemos de hacerlo en clave de transformación, nuevas miradas, nuevos mecanismos de explorar y formular el futuro, incorporando pensamiento y realidades diferentes en una dinámica más creativa e innovadora, movilizando el conocimiento y las expectativas de los trabajadores, transgrediendo normas atávicas, etc. Deberíamos seguir las enseñanzas de Marcel Proust: “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos”. Generemos espacios de pensamiento estratégico que incorporen esos nuevos ojos a nuestra organización, como condición indispensable para transformarnos continuamente.

Hemos de tener en cuenta que los escenarios cambiantes, la variabilidad y volatilidad de algunas políticas, las transiciones en marcha, la geopolítica – entre otros factores – van a generar continuas transformaciones de las dinámicas competitivas en las que tendremos que seguir conviviendo. Hoy más que nunca, la permanente adaptabilidad de la organización a esos entornos, va a ser una necesidad constante. Cómo dijo Irwing Berlin, “La vida es un 10% de lo que te sucede y un 90% de cómo reaccionas”. Ya sabemos qué nos ha sucedido, pero aún estamos a tiempo de decidir qué haremos con ello. Ser ágiles en la toma de decisiones y rápidos en la transformación o, mantener una exploración permanente del entorno son elementos claves que deben incorporarse a nuestros mecanismos de gestión.

Creo que una de las cuestiones que tenemos que tener en cuenta a la hora de abordar el futuro que tenemos por delante en todas las organizaciones, es la necesidad de generar proyectos trascendentes que sobrevivan al relevo generacional, que perduren en el tiempo y generen espacios de generación de riqueza, empleabilidad y compromiso con el entorno.

Esta necesidad de visión de largo plazo, vinculada con la generación de proyectos ambiciosos de futuro deberían instaurarse en las organizaciones con sentido de trascendencia. Pocas frases expresan mejor la voluntad de trascender como la del poeta oriolano Miguel Hernández: “aunque bajo la tierra mi amante cuerpo esté, escríbeme a la tierra, que yo te escribiré”.

 

Sabin Azua

Socio de B+I Strategy.