Un trabajo decente… en empresas inteligentes. Juan Manuel Sinde. Grupo Vocento.

15/10/2023

El próximo 7 de octubre se celebra a nivel internacional la Jornada Mundial por el Trabajo Decente (precisamente el nº 8 de los Objetivos 2030 de la ONU). Pero, ¿qué significa la palabra «decente» aplicada al trabajo aquí y ahora? El concepto de trabajo decente fue lanzado en 1999 por el director general de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) y se refiere a la generación de oportunidades para que todos los hombres y mujeres accedan a un empleo en condiciones de libertad, igualdad, seguridad y dignidad humana.

Supondría un trabajo que sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación…

El trabajo decente implica, por tanto, que todas las personas tengan oportunidades para realizar una actividad productiva que aporte un ingreso justo, seguridad en el lugar de trabajo y protección social para las familias; que ofrezca mejores perspectivas de desarrollo personal y favorezca la integración social.

Es obvio, por otra parte, que la situación ideal consistiría en que dichas características del “trabajo decente” estén inscrita en los valores, cultura y sistemas de gestión de las empresas, que son las que ofrecen la mayor parte de los empleos por cuenta ajena.

Ello es, precisamente, lo que hemos tratado de aplicar en el proyecto de Modelo inclusivo participativo de empresa, compartido por personas de diversas sensibilidades políticas, económicas y sociales, que surgió con el objetivo de buscar un modelo de empresa basado en la cooperación y en los principios y valores del humanismo, pero que fuera también por ello más competitiva y sostenible a largo plazo. (Modelo del que el pasado 25 de setiembre se cumplieron 5 años de su aprobación por unanimidad en el Parlamento vasco).

El Modelo está inspirado en el marco de valores siguiente:

1.-Igual dignidad humana de todas las personas que participan en el proyecto empresarial.2.-Que potencie y aproveche los conocimientos, competencias y capacidades de las personas implicadas y que favorezca el desarrollo humano de sus protagonistas y 3.-Que busque un mayor equilibrio en el reparto de los recursos disponibles en la sociedad a fin de contribuir a una sociedad más estable y menos conflictiva.

Se concretaría en:

1.-Modificar las prácticas de gestión y la cultura de empresa, basándolas en la confianza, transparencia y cooperación para su competitividad y sostenibilidad.

2.- Formular un proyecto compartido por los propietarios, directivos y profesionales/trabajadores de la empresa, beneficioso a largo plazo para todos y en el que se dé prioridad a la sostenibilidad del proyecto colectivo sobre los intereses de cualquiera de los grupos citados.

3.- Avanzar hacia la superación de la dinámica de confrontación entre capital y trabajo mediante la participación de los trabajadores en la gestión, en los resultados y en la propiedad.

4.- Preocupación por el impacto social de las actuaciones empresariales e implicación en algunos de los problemas sociales del entorno.

Pero ¿es realmente interesante para las empresas avanzar en la dirección propuesta?

Como es sabido, menos de un año después de la citada aprobación del Parlamento vasco, el Business Roundtable, lobby empresarial más importante de USA declaraba (y, si se me permite la ironía, no precisamente, por la decisión vasca) finiquitada la viejo fórmula de Milton Friedman de que el único objetivo de las empresas debe ser aportar valor a sus accionistas, sustituyéndolo por hacerlo al conjunto de stakeholders de la empresa (incluyendo a los trabajadores, clientes, proveedores y Admon. pública).

Si bien es cierto que dicha declaración, a pesar de ser suscrita por los CEOs de las compañías más grandes del mundo (JP Morgan, Apple, Amazon,…) podría quedarse en mera retórica, la realidad es que ha venido seguida por reflexiones de gurús del management ligados a la Universidad de Harvard y el MIT o por la experiencia de algunos CEOs relevantes. Los trabajos de Paul Polman (Impacto positivo: cómo las empresas valientes prosperan dando más de lo que reciben), Gary Hamel (Humanocracia, creando organizaciones tan extraordinarias como las personas que las integran) y Frederic Laloux (Reinventar las organizaciones) apuntan que será aplicada por los líderes más valientes e inteligentes.

Las propuestas se concretan en dos direcciones claras: las empresas pueden- y deben- aumentar sus beneficios contribuyendo, a la vez, a sus comunidades y protegiendo el medio ambiente y, por otro lado, el éxito financiero de las organizaciones actuales está determinado por el desarrollo de las potencialidades humanas de las personas que forman parte de ellas y la capacidad para responder a las rápidas innovaciones tecnológicas que, para ser adecuadamente aprovechadas, exigen la creatividad, la energía y la resiliencia de las personas implicadas en la empresa.

Orientaciones éstas que están muy alineadas con las propuestas de humanizar las empresas para hacerlas más competitivas y sostenibles que venimos promoviendo desde nuestra Fundación Arizmendiarrieta y que reclamamos en esta celebración universal por un trabajo decente.

 

Juan Manuel Sinde
Presidente de la Fundación Arizmendiarrieta