D. José María Arizmendiarrieta. El creador de la Experiencia Cooperativa de Mondragón. La Civiltà Cattolica. Fernando de la Iglesia

02/12/2024

Don José María Arizmendiarrieta, creador de la «experiencia cooperativa de Mondragón»

Fernando de la Iglesia Viguiristi

noviembre 22, 2024

 

El pasado 17 de julio, se celebró, en el palacio Euskalduna de Bilbao, el Congreso anual de la Corporación Mondragón. En él se hicieron presentes 650 compromisarios en representación de las 92 cooperativas autónomas que lo forman. En ellas trabajan más de 70.000 personas[1].

Este grupo cooperativo, con presencia en los cinco continentes, se articula en torno a cuatro áreas de negocio: Finanzas, Industria, Distribución y Conocimiento[2]. Incluye una entidad bancaria, una aseguradora, un centro de promoción de nuevas actividades, 5 centros tecnológicos, 7 unidades de I+D empresariales, un buen número de empresas industriales y de distribución, y una universidad propia[3]. Es hoy el principal grupo empresarial vasco y el décimo de España. Alcanzó, en 2023, un nivel de ventas de 11.000 millones y logró un beneficio de casi 600 millones de euros.

Si bien su éxito económico es incuestionable, su logro mayor lo constituye el hecho de que Mondragón se ha convertido, a día de hoy, en un referente mundial del trabajo en cooperación con miras a encarnar una forma humana e igualitaria de gestionar la empresa[4]. Resultado de un desarrollo continuo y coherente, desde su creación en 1956, miles de personas visitan cada año Mondragón (localidad de la provincia de Guipúzcoa, España) para analizar con admiración su modelo cooperativo autogestionado de creación y mantenimiento del empleo. En él cada trabajador tiene un interés en la suerte de su empresa, una voz en su gestión, y recibe una parte de las ganancias. Cada una de las cooperativas funciona de forma autónoma, pero vinculada con las demás. Las que tienen beneficios aportan el 10% de ellos al fondo de ayuda para sostener a las deficitarias. Esta solidaridad se aplica también en la recolocación de los socios de las empresas con excedentes de empleo[5].

La lista de sus 10 principios básicos, a partir de la libre adhesión, abarca desde la soberanía de los trabajadores y la organización democrática (un miembro, un voto), el carácter instrumental y subordinado del capital, la participación en la gestión, la solidaridad retributiva, la intercooperación, su carácter universal, la educación y la «transformación social». Esta incluye reinvertir excedentes para crear nuevos empleos – el objetivo es crear sociedades ricas, no gente rica – apoyar organizaciones benéficas locales, proyectos de desarrollo comunitario, y fortalecer la economía del País Vasco. En una de las primeras versiones de los principios se afirma: «La primera forma de justicia elemental que debemos practicar es considerarnos unos a otros como seres humanos libres»[6].

A más de uno sorprenderá que este movimiento haya sido inspirado y fundado por un sacerdote vasco, don José María Arizmendiarrieta, coadjutor de la parroquia de San Juan Bautista en la villa de Mondragón. Este sacerdote pragmático y trabajador, con un gran sentido de la justicia social y de la dignidad humana, promovió numerosas entidades y empresas para el bien de los trabajadores y de la comunidad, en lo que él denominó como la «experiencia cooperativa de Mondragón». Don José María fue un hombre excepcional. En 2009 se abrió su proceso de canonización; en 2015 el papa Francisco le declaró venerable.

Este artículo – en el que se sintetiza su vida, su formación y su labor pastoral – pretende recoger su semblanza, espiritual e intelectual, y reflexionar sobre su legado.

Sus años en el seminario

José María nació en 1915, en el caserío Iturbe del barrio Barinaga de Markina (Vizcaya). Su padre fue un hombre de campo de carácter afable. Su madre, una mujer inteligente, austera y trabajadora. Fue el mayor de cuatro hermanos. Creció en un ambiente de trabajo y piedad, inmerso en la cultura rural vasca tan impregnada de fe cristiana. Fue educado en sus principios tradicionales: la importancia del trabajo, el esfuerzo, la austeridad y el ahorro, y también en la necesidad de cooperar entre los vecinos para resolver los problemas comunes[7]. Perdió un ojo cuando tenía tres años. Esa circunstancia unida a su gran capacidad para aprender, le hicieron ver a sus progenitores, sobre todo a su madre, que su futuro no estaba en llevar el caserío, sino que Dios le conducía por otros caminos.

A los once años, ingresa en el Seminario Menor de la diócesis de Bilbao. En septiembre de 1931, con 16 años, pasa luego al Seminario Mayor de Vitoria. Coincide con sus años de esplendor, y allí convivió con don José Miguel de Barandiarán, don Manuel Lecuona, don Alberto Onaindía, don Juan Thalamás (discípulo de Mounier, quien le inició en Sociología y le acercó al pensador francés) y don Joaquín Goikoecheaundía, que fue su profesor de Lógica. Éste lo recordará – ya después de la muerte – como joven estudioso y muy espiritual, abierto y comunicativo, interesado tempranamente en sociología y activo colaborador de la Academia Kardaberaz, dedicada a la lengua vasca (el euskera). Don José María estaba convencido de que esta era necesaria para ser sacerdote y había que dominarla. El patriotismo abertzale de la agrupación mostraba un talante conciliador que quedaba atestiguado en el reglamento donde se desvinculaba el euskera de la militancia política[8].

En el Seminario Mayor de Vitoria se formó junto a 800 seminaristas más y descubrió la mística del sacerdocio, expresada en la máxima «o ser sacerdote santo o no serlo». A la par, se despertó en él una gran inquietud por las cuestiones sociales. Las lecturas de los documentos de la Doctrina social de la Iglesia (DSI) – la Rerum Novarum (RN), la Quadragessimo anno (QA) y el «Código social» de Malinas –, así como de numerosos pensadores sobre el tema social, dejaron en él una profunda huella.

En julio de 1936 estalló la Guerra Civil española. José María fue alistado en el ejército del Gobierno Vasco y destinado al servicio de prensa. Con la caída de Bilbao, en julio de 1937, intentó huir a Francia, pero alguien lo denunció, por lo que fue sometido a un tribunal militar en juicio sumarísimo y de urgencia. Pudo salvar su vida, pero este hecho le dejó una profunda herida en su alma.

De vuelta al seminario, bajo el influjo del director espiritual – el padre Rufino Aldabalde, formado en la escuela de espiritualidad sacerdotal francesa, en el seminario de San Sulpicio, de París –, don José María tomará conciencia del proceso de fe y de misión que implica ser sacerdote[9]. Acción y oración, con una gran exigencia interior y austeridad, eran parte integrante del ministerio sacerdotal que el p. Aldabalde les transmitía.

A don José María le esperaba una prueba más. Tuvo que realizar el servicio militar en Burgos, esta vez en el bando nacional. Una vez que lo terminó, volvió a Vitoria. En diciembre de 1940, es ordenado sacerdote. El 1 de enero de 1941 celebra su primera misa en su querida parroquia de Barinaga[10]. Dos detalles merecen mención. En el rito del besamanos se le acercó quien le había delatado en su intento de huida. Asimismo, comprobó que un tío carnal suyo no se hizo presente. Era socialista y ateo. Su madre había intentado convencerlo, pero no acudió.

José María sueña con ir a Lovaina a estudiar ciencias sociales, pero es destinado a Mondragón, pueblo industrial a 30 km de Vitoria, como coadjutor en la parroquia de San Juan Bautista. Allí ejerció su labor pastoral hasta el final de sus días, en el otoño de 1976.

Coadjutor de la parroquia de San Juan Bautista

Llegó don José María a Mondragón en febrero de 1941, en plena posguerra. Sus empresas daban trabajo a 1.500 obreros, de una población de 8.800 habitantes. Con todo, la villa sufría inusuales niveles de desempleo y tensiones sociales. Eran secuelas de la guerra civil.

Nada más llegar es nombrado Consiliario del Centro de Acción Católica y profesor de la Escuela de Aprendices de la Unión Cerrajera, la empresa más importante de la localidad, con 800 empleados. Cotizaba en bolsa y disponía para sus empleados de un economato y su propia escuela de aprendices. En ella don José María comenzó a impartir una hora semanal de clase de formación social.

El joven sacerdote se entregó de lleno a su nueva misión y pronto comenzó una labor ingente con la juventud del pueblo con el propósito de realizar una profunda transformación del mundo del trabajo. Se dedica incansablemente a la labor de educación de los jóvenes. Para ello inspira diversas actividades y organizaciones, sobresaliendo la Escuela profesional. Toda la fuerza para realizar su labor le venía de la celebración de la Eucaristía, que vivía con una profunda piedad, impresionando a sus feligreses. Vivió también con una gran humildad su poca capacidad natural para los sermones.

Poco a poco se fue ganando la confianza de muchos de ellos, y en 1946 selecciona a once jóvenes que habían terminado sus estudios de Maestría Industrial, para cursar por libre los estudios superiores de Ingeniería Industrial en Zaragoza. De día trabajaban 55 horas semanales en la Unión Cerrajera y de noche estudiaban guiados por profesores de la Escuela Profesional. Se examinaban en julio de forma presencial. Todos aprobaron los cinco cursos.

A comienzos de 1955, luego de muchos intentos, don José María desistió de promover que la dirección de la Unión Cerrajera hiciera partícipe a sus trabajadores en el capital, en el proceso de ampliación, y en la gestión. Pero no se quedó con los brazos cruzados, sino que animó a crear la nueva empresa ULGOR (nombre surgido de las iniciales de los cinco fundadores, sus colaboradores más cercanos: Luis Usatorre, Jesús Larrañaga, Alfonso Gorroñogoitia, José María Ormaetxea y Javier Ortubay). Dedicada a la producción industrial, nació así, en 1956, la primera cooperativa que fundó don José María. Después, puso en marcha la cooperativa de consumo San José, que se convertiría luego en Eroski. Ante la necesidad de financiación, nacieron Caja Laboral, el banco de los cooperativas y, Lagun Aro, para cubrir la asistencia sanitaria y las pensiones de los cooperativistas. Más tarde se uniría la nueva escuela Profesional Politécnica, base de la futura Universidad de Mondragón. Sobre estos cuatro pilares, había nacido la experiencia cooperativa de Mondragón. El inspirador, el promotor y el fundador de todo ello fue el humilde y austero coadjutor de la parroquia de San Juan.

Poco a poco fueron creciendo las cooperativas y las obligaciones de José María fueron en aumento. Viajes a Madrid, conferencias, escritos, y encuentros se multiplicaban, pero sin olvidarse nunca de sus deberes parroquiales, ni de su vida de oración. Siempre y en todo sobrio, se desplazaba, como los obreros, en una bicicleta. Poco a poco se fueron minando sus fuerzas. En febrero de 1967 sufrió una grave crisis cardiaca estando en Madrid. A partir de ese momento tuvo que convivir con la enfermedad y el dolor, asumidos con gran entereza cristiana. El fallecimiento de su madre en 1971, unido al de algunos colaboradores muy queridos, mermó aún más sus fuerzas. En 1973 en una revisión le indicaron que su dolencia cardiaca no tenía remedio. Falleció en Mondragón el 29 de noviembre de 1976, susurrando con los que le rodeaban en la cama el Magnificat, manifestando así una de las características de su piedad.

Su formación

Como hemos indicado, don José María tuvo la suerte de tener un gran cuadro de profesores. Uno de ellos fue Juan Thalamas, quien con sus clases de sociología puso a los seminaristas en contacto con la DSI.

Don José María se dedicó con ahínco a la comprensión de los contenidos de la QA. En ella, Pío XI distingue el capitalismo industrial, que esclaviza a los obreros, del agrario fundado en una suerte de democracia rural, en el que el campesino propietario se gana la vida honesta y honradamente. Esta solución agrarista al problema social le cautivó, ya que le remitía a su propia identidad.

Otra fuente de su pensamiento fueron las obras de Joaquín Azpiazu[11]. La reflexión fundamental que recoge en ellas es que si la Iglesia quiere recuperar la confianza de las masas populares e impedir el avance del comunismo debe revisar el concepto de propiedad. León XIII y Pío XI defienden la legitimidad de este derecho, pero no como un absoluto. La propiedad privada tiene un carácter social, debe estar supeditada al bien común.

Don José María comprendió que, ante la apostasía de la masa obrera y la gravedad de la situación social, el sacerdote no podía quedar impasible. La comunidad cristiana debía atenerse a la autoridad de las dos encíclicas de León XIII y Pío XI, desarrolladas y ampliadas en el Código social de Manillas. De la redención del proletariado, propuesta en la RN, se pasaba en la QA a la fijación de un nuevo orden fundado en la dignidad de la persona humana. Sobre este gozne giraba todo el aparato de análisis, y las soluciones que el joven absorbía en sus clases de sociología y en sus lecturas. La persona humana, como una criatura de Dios cuya inalienable dignidad y derechos fueron proclamados por Cristo, orientaba la DSI.

Él y otros muchos seminaristas acabaron aquel curso teniendo claro que no debían tener miedo a criticar el sistema económico vigente y sus aspectos negativos: el afán de lucro y progreso material a costa de las relaciones humanas y la justicia social. Pese a que la DSI reflejaba un espíritu similar del rechazo al liberalismo económico y al colectivismo marxista, la condena moral que emitía del primero era más dura que del segundo. Mientras que el colectivismo era descrito como el resultado de un error bien intencionado, basado en el deseo generoso de la solución violenta de la pobreza y la desigualdad entre las clases, el liberalismo era intrínsecamente reprobable, por estar basado en el individualismo egoísta. «El socialismo se inclina y en cierto modo avanza hacia verdades que la tradición cristiana ha enseñado siempre solemnemente» (QA, 113).

La QA, la lectura de los escritos de Azpiazu y el resto de propagandistas y, con ellos, su propio profesor de sociología, le acercaban a un perfil de su ministerio que hasta entonces había permanecido oculto[12]. Si el sacerdote no sale de la Iglesia para ir en busca del pueblo éste se aleja de ella. La QA subrayaba que si bien los primeros e inmediatos apóstoles de los obreros han de ser ellos mismos, la búsqueda, la elección, la formación de estos apóstoles seglares tocaba al sacerdote. Este debe usar oportunamente de todos los medios más eficaces de la educación cristiana: enseñar a los jóvenes, instituir asociaciones cristianas, fundar círculos de estudios conforme a las enseñanzas de la fe. Don José María, con 20 años recién cumplidos, descubría una vía insólita; una idea ya no se borrará de su corazón: al sacerdote le está mandado trabajar en el orden social cristiano. La espiritualidad que encajaba en esta inquietud fue la que le brindó Rufino Aldabalde, la que configuró el movimiento sacerdotal de Vitoria.

Su pensamiento

Como hemos dicho, fue la decepción con Unión Cerrajera, al no consentir en hacer partícipes a sus trabajadores en el capital y en la gestión, la que provocó la fundación de la primera cooperativa ULGOR. En los años 60 se produjo una acelerada expansión de cooperativas, su asentamiento institucional y la maduración doctrinal del cooperativismo de don José María. En 1960 surgió la revista Cooperación, en ciclostil, con el santo y seña del nuevo espíritu, que luego se transformaría en la sigla «T.U.» (Trabajo y Unión). En sus doscientos números don José María expuso sus razonamientos[13].

Ahora bien, el pensamiento de don José María no empieza ni acaba con el tema cooperativo, aunque sus contribuciones más destacadas correspondan a este capítulo. Antes que cooperativista fue personalista; antes de sus fórmulas sobre la empresa está su filosofía de la persona. Don José María llevó a cabo su propia concepción de la vida social, que consistió en considerar siempre a la persona y su dignidad ante todo y sobre todo. Repetía con insistencia que no se puede practicar la justicia donde se ignora lo que es la dignidad humana, que primero es ser hombres, ser personas, y luego ser cooperativistas; que se trata de actuar y no ganar, crear y no poseer, progresar y no dominar; y que hay que socializar el saber para democratizar el poder. La persona es el lugar de Dios; el trabajo es colaboración con Dios.

Hay que recalcar que en las fuentes de su pensamiento, además de la ya reflejada de la DSI, se hallan los pensadores personalistas Jacques Maritain y Emmanuel Mounier, la tradición social vasca – y en ella el llamado socialismo eibarrés – y los clásicos del cooperativismo[14]. Don José María mostró una extraordinaria fidelidad a sus fuentes, a veces literal, debido tal vez a la dificultad que encontraba para lograr formulaciones propias. La fuerza y vigor de su pensamiento no reside en su originalidad, sino en su capacidad sintetizadora y en su sentido pragmático sin renunciar a la utopía. Supo realizar una síntesis armónica de personalismo, cooperación, educación, filosofía y economía. Promovió un modelo organizativo abierto, sin distinción de razas, creencias, clases ni género, que era a su vez participativo e interdependiente, con elementos comunes y otros específicos en función del sector.

Su primera convicción fue que uno no nace cooperativista, que ser cooperativista requiere una madurez social y un adiestramiento para la convivencia social, haber aprendido a domesticar los instintos individualistas o egoístas y aceptar de buen grado las leyes de la cooperación. Uno se hace cooperativista por la educación y la práctica de la virtud[15].

Su punto de partida era que Dios había creado al hombre a su imagen y semejanza. El hombre, aceptando el designio que Dios ha tenido al crearle, debe ser esencialmente artífice creador de cosas nuevas, realizador de aquellas formas con las que la naturaleza sirva mejor a sus necesidades. El trabajo es una pieza de la construcción del mundo, y religiosamente hablando, es un factor decisivo del Gobierno divino. La solidaridad que une a los hombres convierte al trabajo en una fuerza de liberación.

Recalcaba que la solidaridad se convierte en palanca fundamental del cooperativismo. Quien va a una cooperativa no debe ir a la misma pensando en la propia promoción como algo apetecible y asequible sin necesidad de pensar en los demás. La solidaridad bien sentida de los componentes de las cooperativas es la fortaleza de estas.

Entendía que la cooperación es la unión de personas que han sabido aceptar las limitaciones de la propia voluntad en la medida que lo requiera el bien común. Para él, cuando el afán de lucro es el eje que estructura la actividad, se despoja al trabajo de su mejor timbre de gloria. Además, en esta situación es inevitable la lucha de clases de hombres entre sí.

Explicaba que el cooperativismo es una servidumbre liberadora; organizar la empresa significa una conspiración común para que se trabaje cada vez con mejor rendimiento. Este debe ser sustancial a fin de satisfacer el bienestar general de cuyas exigencias no debemos olvidarnos nunca. El trabajo productivo y el ahorro destinado a inversión comunitaria son los dos referentes del cooperativismo en tanto que movimiento empresarial.

Consideraba que hay que ganar lo suficiente para cubrir las necesidades vitales y poder ahorrar una parte. Esta es la DSI. Subrayaba que un hombre, una familia o un pueblo entran en la fase de auténtico despegue económico, saliendo de la penuria, cuando consiguen que su trabajo produzca algo más de lo que pueda ir al consumo.

Concluía que los egoístas y los individualistas son la quinta columna de la cooperación. La justicia social, la generosidad, la honradez, la lealtad y la responsabilidad son valores a través de los cuales se alcanza el verdadero bienestar humano. El trabajo dignifica a la persona. Los distintos niveles de desarrollo de las regiones y los países dependen de él. Trabajo y ahorro inmersos en un modelo de empresa comunitaria son el mejor cauce para alcanzar la espiritualidad trascendente del individuo.

La originalidad de su proyecto

Don José María declara el cooperativismo como la tercera vía, pero no entre capitalismo (liberalismo) y el socialismo, ya que entiende que el cooperativismo es socialismo, sino entre liberalismo y colectivismo. Distingue colectivismo y comunitarismo. La filosofía cooperativista es comunitaria no colectivista. La concepción y la visión cooperativa entraña un gran respeto a la persona y a la comunidad simultáneamente. Entraña un permanente esfuerzo de equilibrio y por ello requiere una conciencia permanentemente alimentada o actualizada de valores personales y comunitarios[16].

Fue consciente de que el cooperativismo significaba una revolución en el campo económico, que se manifestaba en los diferentes objetivos, espíritu e ideales que persiguen la empresa capitalista y la empresa cooperativa. La empresa cooperativa sigue siendo empresa económica y por tanto no puede prescindir de ciertas realidades y ciertos hechos económicos.

Don José María, en su afán por la justicia social y la dignidad humana de las personas, no fue un visionario que crease modelos empresariales por intuición. Tenía amplios conocimientos de las realidades sociales basados en muchos años de observación y lectura. Su singularidad fue que, con mucho pragmatismo, supo hacer de sus ideas realizaciones concretas.

Su inspiración fundamental fue la DSI. Don José María acogió sin duda con singular interés la encíclica Mater et Magistra, de Juan XXIII (1961), con su mención explícita de la empresa cooperativa tomando pie del mensaje radiofónico de Pío XII: «la pequeña y la mediana propiedad en la agricultura en el artesanado en el comercio y en la industria deben protegerse y fomentarse; las uniones cooperativas han de asegurar a estas formas de propiedad las ventajas de la gran empresa y por lo que a las grandes empresas se refiere ha de lograrse que el contrato de trabajo se suavice con algunos elementos del contrato de sociedad» (Pío XII, Radiomensaje del 1º de septiembre de 1944). Aludía Pío XII a su vez a la QA 65: «Como ha comenzado a efectuarse ya de diferentes maneras, con no poco provecho de patronos y obreros, los obreros y empleados se hacen socios en el dominio o en la administración o participan, en cierta medida, de los beneficios percibidos». De aquí nació la reivindicación fundamental de la obra de don José María.

La contribución decisiva de don José María a la historia del cooperativismo fue sin duda la intercooperación. La estructura y el éxito de la primera cooperativa propiciaron el surgimiento de nuevas iniciativas empresariales. Las cooperativas aisladas, soberanas y autónomas adquirían mayor consistencia y poder transformador si eran capaces de establecer lazos de cooperación entre ellas. Para ello era necesario además contar con una financiación segura, un banco propio. Así nació «Caja Laboral», idea de don José María. Estas dos intuiciones posibilitaron el nacimiento del mayor grupo cooperativo industrial, a día de hoy, en el mundo.

Su espiritualidad

Don José María profundizó en la espiritualidad del Movimiento Sacerdotal de Vitoria – centrada en la identificación en todo con Jesucristo –, teniendo como mentores a Joaquín Goikoetxeandia y Juan Thalamas[17]. Asumió el lema del grupo de amistad espiritual impulsado por don Joaquín: «Ser sacerdote siempre, en todo sacerdote, sólo sacerdote». Hizo Ejercicios Espirituales en el año de su ordenación con don Rufino Aldabale. De él recibió la impronta decisiva expresada en estas palabras: «O ser sacerdote santo o no serlo», «No somos sacerdotes para nosotros. ¿Para qué sirve el sacerdote que no se gasta? El sacerdote tiene que dejarse comer por las almas». ¡Y así lo hizo!

El eminente historiador José Ignacio Tellechea ha puesto a nuestra disposición documentos personales, en los que don José María sintetizó el fruto de sus Ejercicios anuales[18]. Valgan unas pocas notas. En los Ejercicios en septiembre de 1942, anota en una breve ficha su voluntad de actuar siempre bajo la mirada de Dios, de ser prudente en sus palabras, de evitar la precipitación en el andar, hablar, obrar, en ser humilde con los iguales, en hacer lo que le mandan, en no imponer su parecer. «Meditación y oración: más y mejor. Confesión, día fijo a la semana». Examen sobre su trabajo: «¿Me fatigo, me preocupo por Cristo, por sus intereses?». Y esta perla perdida: «Mi mayor gracia ha sido la de ser sacerdote. Lo he visto claramente esta tarde».

Diez años después, su punto de mira aparece con claridad: «Más sacerdote. Más humano. Más cristiano. Vida de piedad». El sacerdocio es la razón de ser de su actividad. Ha de dominar la actitud sacerdotal en todas las peripecias de la vida. El celo sacerdotal, sin negligencias ni pereza, aparece en toda su fuerza. «Vivir como hombre de Dios» es su consigna, así como el «ser hombre comido». Expresión de Monseñor Charles-Antoine-Nicolas Ancel: homme mangé.

Su vida austerísima concordaba con estos principios. No bebía, y comía lo mínimo. Tuvo que pedir un abrigo prestado para viajar a Alemania. Cuando comenzaron sus primeros achaques, sus amigos le impusieron el uso de una motocicleta, sustrayéndole su inseparable bicicleta. Don José María vivió toda su vida austeramente con el limitado sueldo de coadjutor de la parroquia, nunca cobró nada de las cooperativas o de las entidades que promocionó, trabajaba en un pequeño despacho de la Escuela Profesional. Creó y ayudó a crear inmensas riquezas, pero él no se atribuyó la más mínima retribución. No hizo testamento. No era posible. ¡No tenía nada!

Sus Ejercicios de 1952 en Loyola dejaron larga huella escrita: «Debo edificar, crear ambiente de Dios en mi zona de influencia». «En mi euforia de salud, capacidad y suerte he vivido de espaldas a Dios y me he atribuido a mi mensaje lo que a Dios debo. Debo rectificar mi conducta. Primero necesito humildad. Debo vivir íntimamente y hasta el último detalle con arreglo a lo que represento, no conformándome con hacer un papel. Necesito llenarme de mi sacerdocio y vivir mi sacerdocio como testimonio de mi gratitud y reconocimiento de Dios. El día de hoy debe marcar el comienzo de una nueva etapa». «Nada debo considerar como peldaño para exhibirme. Modestia personal en todo. Austeridad, desprendimiento y testimonio viviente de fe. Tolerante y comprensivo para los demás. Exigente conmigo mismo». «A sabiendas, o sea conscientemente, no he de traicionar mi sacerdocio, que es traicionar a Cristo, ni en lo más leve. He abrazado el sacerdocio voluntariamente y desde ese momento estoy comprometido a vivir crucificado, renunciando inclusive a cosas muy lícitas. Siendo sacerdote en todo, he de confiar que, tras mi persona y mi sombra, se encuentra siempre Cristo asistiéndome y apoyándome. Aquí ha de radicar mi fuerza y mi vida».

Estos testimonios escogidos realmente impresionan, emocionan.

Su liderazgo espiritual

¡Qué generosa fue la providencia! Quien tuvo grandes profesores en Vitoria, se encontró con magníficos alumnos en Mondragón. Estos, que acabaron por ser sus más estrechos colaboradores, recuerdan cómo, siendo adolescentes, la imagen alta, esbelta y sonriente de don José María comenzó a hacérseles familiar[19]. En cualquier calle, el nuevo coadjutor de la parroquia se paraba y les dirigía la palabra. Inmediatamente les impresionó por su ascendente, por su aura. Con toda naturalidad se hizo su consejero y luego su director espiritual.

Les fue marcando hitos. Irradiaba influencia, con una autoridad moral tal que llegó a convencerles de que los bienes materiales proporcionan una felicidad efímera si no se comparten con los demás y que las satisfacciones del espíritu son las únicas que sustentan un bienestar estable y duradero. Fue así como L. Usatorre, J. Larrañaga, A. Gorroñogoitia, J. Ormaetxea y J Ortubay dejaron Unión Cerrajera y fundaron ULGOR.

Era el camino que él abría. La fe en Dios había que ponerla en servicio a los demás, había que concretar los sentimientos de solidaridad. Su mensaje era de sabiduría, de generosidad, de espiritualidad. Se trataba de construir un orden nuevo y había que hacerlo desde lo mejor de la tradición cultural vasca cristiana: el amor por el trabajo, por la comunidad, con total responsabilidad y seriedad, desde una profunda espiritualidad.

Él iba siempre por delante, con el ímpetu de su liderazgo y con sus premoniciones siempre cumplidas, hacia realizaciones que sin él jamás se habrían puesto en práctica. Era una persona con una amplia visión de futuro, un emprendedor, con grandes dotes de liderazgo y una tenacidad fuera de lo común. Su fe alentó su obra.

Su carisma

Lo que más sorprende en la vida de don José María es que ejerció con la misma naturalidad el oficio ordinario de visitar enfermos, de predicar, de confesar y de aconsejar a los jóvenes, que la tarea de proyectar una escuela profesional, de dirigir la construcción de viviendas sociales, de concebir y plasmar las cooperativas, de seguir atentamente su crecimiento y de proveer a sus necesidades financieras.

Don José María vivió ambas dimensiones con extrema naturalidad. Se sentía sacerdote tanto en una como en la otra. Ambas eran fruto de su caridad pastoral. Ella unificaba las tareas tan diversas de su vida. Don José María se anticipó al Concilio Vaticano II. Este sostuvo que la caridad pastoral es el principio interior capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del presbítero. Su carisma fue la confluencia pacífica de todo un conjunto de carismas. Una vez más, un instinto evangélico iba por delante de las declaraciones doctrinales de la propia Iglesia, que llegó a afirmar, luego rotundamente, que la promoción humana es parte integrante de la evangelización. De hecho, la experiencia cooperativa de Mondragón surge de principios que están maravillosamente en sintonía con los enunciados por Juan Pablo II en Laborem exercens, de 1981[20].

Conclusión

Desde el comienzo de la Doctrina Social de la Iglesia, los papas subrayaron que esta no debía ser materia de mera exposición o estudio, había de ser además objeto de aplicación práctica. Recientemente, el papa Francisco, en alocución a los cooperativista italianos, ha afirmado que alimenta nuestra esperanza ver que la DSI no se queda en papel mojado o en un discurso abstracto, sino que se convierte en vida gracias a quienes le dan carne y concreción[21].

Entre ellos ocupa un lugar don José María. El propio papa Francisco concedió a este humilde coadjutor de parroquia el estatus de venerable, primer paso antes de ser proclamado beato y santo después. Para ello hace falta un milagro después de muerto. Muchos hoy no dudamos en considerar su obra, la experiencia cooperativa de Mondragón, un evidente milagro económico y social.

Solemos decir que es más fácil predicar que dar trigo. Don José María no fue un buen predicador, pero creó empleo, fomentó el saber y una impresionante riqueza solidariamente gestionada y distribuida. Don José María fue un hombre excepcional, un superdotado, sin duda, pero ante todo y sobre todo fue un sacerdote que encarnó el espíritu del sacerdocio social a un nivel de excelencia admirable. Cuantos nos hemos asomado a su obra y a su persona coincidimos en admirar su santidad. ¿Será un día declarado santo? Somos muchos los que en su tierra lo deseamos y lo esperamos[22].

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Reproducción reservada

  1. Cf. «Mondragón celebra en Bilbao su Congreso anual», en TULankide (www.tulankide.com/es/mondragon-celebra-en-bilbao-su-congreso-anual), 17 de julio de 2024. 
  2. Cf. N. Romeo, «How Mondragon Became the World’s Largest Co-op», en The New Yorker (www.newyorker.com/business/currency/how-mondragon-became-the-worlds-largest-co-op), 27 de agosto de 2022; «La Corporación Mondragón en el mundo», en Mondragon Unibertsitatea (www.mondragon.edu/es/movilidad-internacional/corporacion-mondragon-mundo/corporacion). 
  3. Cf. «Somos cooperación» (https://www.mondragon-corporation.com/somos/). 
  4. Cf. O. Balch, «“In the US they think we’re communists!”. The 70,000 workers showing the world another way to earn a living», en The Guardian (www.theguardian.com/lifeandstyle/2024/apr/24/in-the-us-they-think-were-communists-the-70000-workers-showing-the-world-another-way-to-earn-a-living), 24 de abril de 2024. 
  5. La obra de don José María ha sido objeto de un buen número de tesis doctorales y numerosísimos artículos. Entre ellos los publicados en The EconomistLe MondeThe GuardianThe Sunday Times y el Financial Times
  6. «Máster de economía social y empresa cooperativa» (https://mukom.mondragon.edu/mastercooperativismo/2016/01/27/principios-cooperativos-mondragon). 
  7. Cf. F. Molina, José María Arizmendiarreta (1915-1976). Biografía, Mondragón, Caja Laboral- Euskadiko Kutxa, 2005. 
  8. Cf. ibid., 107. 
  9. Cf. P. Porrat, Le sacerdoce: doctrine de l’École française, París, Bloud & Gay, 1931. 
  10. Cf. F. Molina, José María Arizmendiarrieta…, cit., 219-220. 
  11. Cf. J. Azpiazu, El derecho de propiedad. Estudio jurídico y económico, Madrid, Razón y Fe, 1930; Id., El Estado corporativo, ibid., 1940. Bajo la dirección de este famoso sociólogo jesuita realizó un curso intensivo de estudios Ético-sociales en Comillas. 
  12. Cf. Id., La acción social del sacerdote, Madrid, Razón y Fe, 1941. 
  13. Cf. J. M. Arizmendiarrieta, Escritos de Don José María Arizmendiarrieta, Mondragón, Caja Laboral Popular, 1978; J. Azurmendi, El hombre cooperativo. Pensamiento de Arizmendiarrieta, Otalora, Azatza, 1991, 752-768. 
  14. En el siglo XX la primera cooperativa de consumo, promovida por el sindicato nacionalista ELA/STV, se creó en Bilbao en 1919, siguiéndole otras en Vizcaya. Al mismo tiempo, el sindicato socialista UGT ayudó en 1920 a varios afiliados, trabajadores de empresas en crisis, a conseguir el auto-empleo creando la cooperativa ALFA de Éibar. Comenzó fabricando armas, y a partir de 1925 también máquinas de coser. Fue la mayor cooperativa industrial de la época, siendo su director gerente Toribio Echevarria, admirado y querido por Arizmendiarrieta por su profesionalidad e integridad. 
  15. Cf. F. Molina, José María Arizmendiarreta…, cit., 403-407. 
  16. Cf. J. Azurmendi, El hombre cooperativo…, cit., 752-768. 
  17. Cf. S. Gamarra, «J. M. Arizmendiarrieta en el origen del Movimiento Sacerdotal de Vitoria», en Id., Semblanza espiritual de Arizmendiarreta, Guipúzcoa, Arizmendiarreta Kristau Fundazioa, 2023, 13-21. 
  18. Cf. J. I. Tellechea, El otro Dn. José María, Mondragón, Caja Laboral-Euskadiko Kutxa, 2025. 
  19. Así se expresan dos de ellos, A. Gorroñogoitia y J.M. Ormaechea en F. Molina, José María Arizmendiarrieta…, cit., 13-18. 
  20. Cf. D. Herrera, «Laborem exercens, “Traditional Organizations” and the Democratic Mondragon Model», en Pontificial Council for Justice and Peace, Work as Key to the Social Question: The Great Social and Economic Transformations and the Subjective Dimension of Work, Ciudad del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 2002, 235-254. 
  21. Cf. Francisco, Discurso a los miembros de la Confederación de las cooperativas italianas, 16 de marzo de 2019 (www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2019/march/documents/papa-francesco_20190316_confederazione-cooperative.html). 
  22. Cf. «Causa de canonización de don José María Arizmendiarrieta» (https://www.canonizacionarizmendiarrieta.com/es/). 

 

 

Fernando de la Iglesia Viguiristi

Licenciado en Ciencias Económicas y Gestión de Empresa en la Universidad de Deusto (1976), en Teología moral en la Pontificia Universidad Gregoriana (1987) y, desde 1993, doctor en Teoría Económica de la Universidad de Georgetown (Washington, D.C). Ha sido presidente de la International Association of Jesuit Business Schools. Actualmente es profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Gregoriana.